sábado, 30 de octubre de 2010

Un hombre equivocado

SALVADOR SOSTRES

Ha muerto Marcelino Camacho y todo el mundo le ha llamado el padre del sindicalismo moderno y se dice de él que dedicó toda su vida a la causa de los más débiles y a la libertad. Sindicalismo moderno es un oxímoron porque el sindicalismo es una antigualla, una perniciosa reliquia contraria al progreso y a la prosperidad, una colosal estafa intelectual y económica. Ya la historia ha demostrado que nada crea tanta riqueza y bienestar como la economía de mercado y que los derechos de los trabajadores los paga el empresario. El sindicalismo moderno no existe. Existe el fracaso histórico del sindicalismo y fantasmas del pasado que han avivado con alevosía y oscuridad un discurso casposo, tronado y falso y recetas que tanto daño han causado a la humanidad.
Marcelino Camacho fue, además de sindicalista, comunista, y presumió siempre de ello en lugar de disculparse por la apología de la ideología más mortífera de todos los tiempos. Es una tara que la apología del comunismo y la pertenencia al Partido Comunista no constituyan delito en España, del mismo modo que está severa y adecuadamente penada la apología del terrorismo y del nazismo, y ya no digamos la pertenencia a banda armada. El comunismo ha sido mucho más asesino que el nazismo y que ETA -que por cierto, también es comunista- y su vigencia en las instituciones y su presencia en la vida pública es un desprecio a la democracia.
Si sindicalismo moderno es un oxímoron, mezclar las palabras comunismo y libertad es una burla, en tanto que comunismo es exactamente lo contrario de libertad. Tales provocaciones tendrían que estar fuera de la ley en un país libre y que, además, ha sufrido en sus propias carnes el desastre y la muerte que el comunismo conlleva siempre que más o menos se pone en práctica.
Y luego está lo de los débiles, claro. Desde la Segunda Guerra Mundial a esta parte, hemos podido ver con meridiana claridad la pobreza y la hambruna que han conocido las sociedades que han sufrido dictaduras comunistas, y hasta qué punto la riqueza y el bienestar han llegado a casi todos los rincones de las sociedades capitalistas. Lo que ha hecho siempre el comunismo con los más débiles ha sido aprovecharse de su buena fe y de su desesperación para ganar votos -o puños-, y luego hundirles sin piedad en la más absoluta de las miserias con un sistema económico que nunca ha funcionado, que se basa en preceptos contrarios a los intereses de la humanidad, que conduce al totalitarismo y que ha creado la mayor corrupción jamás vista.
Con todo el respeto hacia la persona de Marcelino Camacho y al natural sentimiento de pérdida de sus familiares y amigos, no ha muerto ningún héroe, sino una persona totalmente equivocada que la única suerte que tuvimos es que sus tesis y su partido nunca fueran mayoritarios y que España no haya tenido que pasar por el calvario de una dictadura comunista, de la que cuesta tanto reponerse que ninguna ex república soviética lo ha conseguido aún totalmente.
Ojalá que Marcelino Camacho se llevara con él la humillación y la amenaza que el comunismo supone para cualquier país libre. Y ojalá que vuestra siniestra telaraña no regrese nunca.

El Mundo

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