Mucha gente se pregunta por qué hay tantos antisistema en Barcelona, qué les atrae. El primer atractivo, sin duda, es que el orden en la ciudad dependa de un consejero de Interior que, como Joan Saura (comunista), se declara antisistema. No se trata sólo de una declaración formal, puesto que desde que el tripartito se hizo con el poder en Cataluña se ha ido paulatinamente desprestigiando el principio de autoridad a la vez que se convertía al delincuente en una víctima, en un héroe. Sólo hace falta ver cómo están las cárceles y hasta qué punto están degradados los hogares de jubilados.
En la Cataluña del tripartito, y del consejero de Interior antisistema, agredir a un policía conlleva una multa de entre 20 y 50 euros. Por compararlo con algo mucho más prosaico, si se te lleva el coche la grúa sólo recuperarlo te cuesta 160 euros más la multa pertinente, nunca inferior a 80 euros. Si en países como en Francia, Inglaterra o Alemania agredir a la autoridad está castigado con penas de no menos de 10 meses de cárcel, no es de extrañar que los antisistema se encuentren en Barcelona la mar de cómodos, hasta confortables.
Lo primero que hizo Saura al ser nombrado consejero de Interior y, por lo tanto, máximo responsable político de la Policía catalana fue poner cámaras en las celdas de interrogatorios de las dependencias de los
Mossos para poder hacer la propaganda de una Policía transparente. Las nuevas cárceles de Cataluña, construidas por el tripartito, cuentan con piscina, celdas individuales, televisión de plasma y conexión a
Internet. Muchas de estas comodidades no las tienen la mayoría de ciudadanos que pagan sus impuestos y que viven en libertad. La inversión moral del tripartito llega a tal extremo que, en caso de violación, al agresor le pone inmediatamente un psicólogo y la víctima por no tener, no tiene derecho ni a declarar con una mampara.
Cuando en las violentas manifestaciones antisistema de hace dos años varios agentes de policía acabaron en el hospital, el debate que excitó el tripartito fue si era adecuado el uso del kubotán, una pequeña arma de plástico compacto, del tamaño de un bolígrafo, que sirve para reducir a los delincuentes pero nunca para atacarles o golpearles. Cuando los anti Bolonia se encerraron ilegalmente en la universidad, lo único que se le ocurrió a la izquierda gubernamental y a su coro mediático fue decir que los Mossos habían actuado a traición
para desalojar el edificio de madrugada, cuando los estudiantes no se lo esperaban.
Saura no tuvo más remedio que destituir a su nefasto director general de la Policía, Rafael Olmos, cuando ante una concentración de grupos antisistema en la plaza de Sant Jaume desplegó a los Mossos pero les
dio la orden de no moverse, de modo que fueron humillantemente pintados con la pintura rosa que llevaban los manifestantes.
El problema de la izquierda catalana es que no ha hecho la transición a la democracia y sigue viviendo en el antifranquismo. Continúa siendo totalitaria, como entonces, articulada a través del Partido Comunista,
y cualquier principio de orden y autoridad les parece fascista. La Policía, aunque ellos mismos la dirijan, son los malos todavía. Los torturadores, los grises.
(El Mundo)
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