El presidente es, ahora, el candidato indiscutible de su partido. La medida de su indiscutibilidad la dan, por ejemplo, los últimos movimientos de Carmen Chacón. La ministra de Defensa aspira a ser cabeza de lista en el teórico 2016; por eso, y por el momento, sólo plantea debates de los llamados intelectuales: «¿Puede ser una mujer presidenta del Gobierno de España?» Una pregunta tan profunda que sólo tiene una respuesta, y voy a darla yo: «Claro, una mujer y uno de Huelva.» Me extrañó, por cierto, que Esperanza Aguirre no desafiara en esos términos el reto intelectual de la ministra y se lo tomara seriamente. ¡A ver si va a resultar ahora antes mujer que presidenta!
Rajoy, por el contrario, no es el candidato indiscutible del Partido Popular. Sólo es el candidato indiscutido. Esta circunstancia le puede otorgar una gran comodidad interna; pero tiene un serio riesgo social. Si se sometiera el conjunto de los españoles a una suerte de elecciones primarias virtuales, estadísticas, preguntándoles quién les parece mejor candidato popular, si Rajoy o Alberto Ruiz Gallardón, yo creo, firmemente, que eligirían el segundo. Ruiz Gallardón es un tipo al que votarían hasta los catalanes, ¡que no votan ni a Dios! Uno de los peligros que corre la anunciada victoria de Rajoy es precisamente este: que los ciudadanos perciban que el candidato idóneo ha sido desplazado por la lógica del reparto de poder en el interior de los partidos.
El presidente Zapatero, insisto, no tiene ese problema. Él es el mejor. Otra cosa es lo que eso signifique para el Partido Socialista.
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