martes, 2 de noviembre de 2010

No es vuestro enemigo

SALVADOR SOSTRES

La visita del Santo Padre a Barcelona viene envuelta de polémicas. La más nueva, por unas declaraciones del secretario de Inmigración de la Generalitat, Oriol Amorós (ERC), comparando a Ratzinger con el imán de Lérida por ser ambos retrógrados; y otras del comunista Ricard Gomà (ICV), acusándole de ser «la cara más rancia y más oscura de la Iglesia». La más vieja, las protestas por los curas pederastas.
Bajo su liderazgo, la Iglesia ha sido diligente al denunciar los casos de pederastia que ha conocido, advirtiendo el Papa muy explícitamente que estos criminales no sólo rendirán cuentas ante Dios sino ante la Justicia. Cualquier otra época de la Iglesia fue menos transparente y más oscurantista. A Ratzinger no le ha temblado la mano a la hora de romper la ley del silencio, pidiendo perdón públicamente y en privado a las víctimas. Ha intervenido sin vacilar a los Legionarios de Cristo y ha dejado clara su posición coherente, luminosa e inequívoca.
En contra de lo que pudiera parecer, tan penosas circunstancias no son consecuencia de la férrea observancia de los preceptos, ni siquiera del celibato. El corporativismo, la poca humildad, el pecado de no denunciar crímenes abyectos, el no seguir las enseñanzas de Cristo; todo empezó cuando la Iglesia quiso modernizarse, cuando renunció a la liturgia, cuando quiso acercarse a la gente en lugar de mantenerse fiel a ella misma y exigir el esfuerzo que todos y tenemos que hacer para ser dignos de Dios y de nosotros mismos. «El humo de Satanás se ha colado en la Iglesia», dijo Pablo VI, y a fuerza de ir rebajando el listón y la exigencia, se dejó huérfana a tanta gente que necesitaba ser pastoreada y se encontró con que se había ordenado sacerdote a cualquiera y la espiritualidad quedaba rebajada a producto de supermercado. Ninguna tensión, ni esperanza. Como los hijos que crecen sin rumbo porque sus padres quieren ser sus amigos.
Esto cambió en parte con Juan Pablo II y totalmente con Benedicto XVI, que ha mostrado el mismo rigor en la persecución de criminales que en la salvaguarda de la doctrina de la fe. Llamarle intransigente es pura ignorancia, pues es el Papa que más ha promovido el debate interreligioso, y no cabe acusarle de retrógrado porque ha sido el jefe de Estado más lúcido del mundo al denunciar la amenaza del islamismo, que no es una religión sino terrorismo. Compararle con el imán de Lérida, que cree que las mujeres no tienen ningún derecho, es darle carta de normalidad a un bárbaro.
La manifestación de víctimas de abusos pederastas del domingo, en el Vaticano, fue comprensible por la desorientación que siempre causa el dolor, pero poco inteligente y bastante injusta. Este Papa ha demostrado, no sólo con buenas palabras sino con actos de enorme valentía, que no es el enemigo de las víctimas sino su principal aliado.
Hay más grandeza y generosidad en él que en la mayoría de los que tan burdamente le critican.

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