07:29 (28-11-2010) | 24
"Deseo a las víctimas de tan sabio decreto que sus digestiones no causen estropicios estomacales".
Mercedes Salisachs
Qué razón tenía yo cuando en mi artículo “Las prohibiciones de la Libertad”, publicado hace unos meses en LA GACETA, auguraba la prohibición en Cataluña de ciertos alimentos que no eran de esta tierra.
Decía entonces, en estas mismas páginas, que al parecer la prohibición toreril les parece insuficiente y por consiguiente están estudiando nuevas exclusiones para separarse del resto de España. E ironizaba: “Entre las más destacadas figuran el cocido madrileño, los callos a la madrileña, la paella, los pescaditos fritos, los vinos de Andalucía, el cocido español y la tortilla de patatas. No obstante, no van a excluir la tortilla a la francesa porque no pertenece a España y tampoco el cava por ser catalán”. Y me preguntaba: “¿Qué ocurriría si en el resto de España se prohibiera bañarse en la Costa Brava, o gozar de las nevadas del Pirineo, o visitar la Sagrada Familia y tantas obras de arte que sólo existen en Cataluña? No es de recibo vivir prohibiendo. Para prohibición bastan y sobran las que se dieron en la era franquista”.
Sin embargo, me quedé corta: Las probables prohibiciones de los sabios catalanistas se han introducido en el terreno de las imposiciones. Es decir: no prohíben; imponen y mandan por decreto lo que en Cataluña se debe comer: Pa amb tomàquet, botifarra catalana, escudella, bull, bolets, panellets, etc. ¿Cambiará todo esto tras las elecciones en Cataluña?
Porque yo me pregunto, ¿qué es peor? ¿Prohibir o imponer? Las prohibiciones tontas pueden camuflarse, pero las imposiciones por decreto son amenazantes y muy amigas de las dictaduras.
Así que: adiós democracia, adiós libertad, adiós estómagos alérgicos al cerdo , al tomate y a cualquier otro alimento de origen catalán. O los clientes se amoldan a los inteligentes decretos de la Generalitat, arriesgándose a sufrir alergias preocupantes, o se quedan sin comer.
Los decretos son inamovibles, amenazantes y muy patrióticos. Nunca nos hemos visto tan atosigados como ahora. En ocasiones tengo la impresión de que la palabra libertad, lejos de sosegar nuestra vida, la está atenazando y amordazando. Especialmente cuando el mando supremo se empeña en matar lo que no encaja en el verdadero progreso a costa de facilitar el mayor de los retrocesos.
La libertad no consiste en prohibir constantemente facetas normales, dignas y culturales. Ni deja que el fluir de la vida corra el riesgo de desbocarse. Los ríos sin cauces ya no son ríos: son inundaciones mortales, angustias, miedos y vergüenzas lamentables. Todo lo que pierde límites no tiene derecho a denominarse libertad. Incluso la libertad exige cauces.
Por ello suplico, desde mi pequeño artículo, que nadie se resista a los mandatos de los que están en el poder. Es preferible optar por los retortijones que llevar la contraria a los poderosos.
Con todo mi cariño, deseo a las víctimas de tan sabio decreto que sus digestiones sean normales y no causen estropicios estomacales.
*Mercedes Salisachs es escritora. Su última novela, ‘Goodbye, España’, obtuvo el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio.
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