SALVADOR SOSTRES
Histeria adolescente como si llegara una estrella de rock, el bochornoso espectáculo de aplaudir dentro de una iglesia, cuatro mamarrachos antisistema que tuvieron su spot publicitario en TV3 como si fueran legión y no llegaban ni a 50. Una ciudad que gracias a su talento y a su burguesía y a un vigor imparable fue capaz de imaginar y de proyectar y de hacer realidad una obra única como la Sagrada Familia, daba cuenta ayer de su crisis moral, económica, y también estética, con la deprimente estampa de ver que en nombre de todos los catalanes eran el presidente de la Generalitat, Montilla, y el alcalde de Barcelona, Hereu, quienes acabaron recibiendo al Santo Padre más intelectual de todos los tiempos.
El contraste no podía ser más cruel ni humillante. Entre la Sagrada Familia, que fue fruto del talento de Gaudí y del mecenazgo de una burguesía creativa y potente, y la aparatosa mediocridad de Montilla y Hereu, tristes funcionarios, aparachic total, con su semblante memo y su porte de chóferes. Han pasado 128 años entre que Gaudí empezó a realizar su sueño de construir la Sagrada Familia y que Cataluña cayera en manos de Montilla. El Papa con su altura incuestionable subrayaba la pequeñez institucional que se encontró ayer en Cataluña, y una algarabía más propia de una visita africana o sudamericana. Mucho chándal.
Pero no sólo el chándal de la muchedumbre gritona y amontonada en los alrededores de la Sagrada Familia para ver al Papa, y no sólo el chándal moral de los dirigentes políticos de Cataluña. También una burguesía catalana de chándal y chancletas, sin ningún vigor, sin ninguna entidad, sin ninguna ambición de mundo mejor, sin haber sabido dar la talla, como colectivo, desde hace muchos años. ¿Qué burguesía tendría hoy la visión y la generosidad de convertirse en mecenas de un talento prodigioso como el de Gaudí?
Ahí estuvieron ayer algunos de estos supuestos burgueses y daba pena verles. Daba pena verles y pensar lo bajo que hemos caído como sociedad, con la inestimable ayuda de un Estado que atraca al empresario en nombre de la solidaridad y que todo lo deja arrasado a su paso. Entre la falta de tensión cívica y una persecución fiscal propia de los hermanos Dalton, ni queda el espíritu heroico de las grandes familias ni, en cualquier caso, de prevalecer aquel espíritu, tendrían dinero para corroborarlo, después de haber sido literalmente saqueados.
El despliegue policial fue de los que hacen época, y a pesar de que toda precaución es poca en la capital mundial de los antisistema y en el contexto mundial del odio islamista contra el mundo libre, la verdad es que resultaba algo ridícula la presencia de tantísimos Mossos d'Esquadra patrullando calles prácticamente vacías. Un Mosso cada cinco metros durante todo el trayecto que siguió el Papamóvil para llegar y marcharse de la ya basílica (menor) de la Sagrada Familia.
A pesar de que Ratzinger no tuvo piedad con los socialistas y les atizó en Santiago a propósito de su obsesión laicista, y les volvió a atizar en Barcelona hablando de la única -y sagrada- familia que la Iglesia reconoce, allí estuvieron todos para sacarse la foto con él. Desde divorciados como Montilla, hasta el mismísimo Zapatero que, a pesar de que se quiso hacer el íntegro no acudiendo a la misa, corrió como un perrito faldero a hacerse la fotografía con Su Santidad en el aeropuerto de Barcelona, para no perder la oportunidad electoralista. También por el PP, Alicia Sánchez-Camacho, que decidió ser madre en solitario, ahí anduvo. Más hipocresía, imposible.
Se fue el Papa dejando tras él una sociedad que llegó a ser fértil y pletórica, y que hoy vive hundida en el relativismo, la precariedad y la subvención parasitaria; con un gobierno de vergüenza ajena y que ha sumido al país en la ruina. Ya sólo nos queda esperar que los rezos del Papa tengan efecto dentro de 21 días y que los catalanes no continúen equivocándose como desde hace siete años.
El contraste no podía ser más cruel ni humillante. Entre la Sagrada Familia, que fue fruto del talento de Gaudí y del mecenazgo de una burguesía creativa y potente, y la aparatosa mediocridad de Montilla y Hereu, tristes funcionarios, aparachic total, con su semblante memo y su porte de chóferes. Han pasado 128 años entre que Gaudí empezó a realizar su sueño de construir la Sagrada Familia y que Cataluña cayera en manos de Montilla. El Papa con su altura incuestionable subrayaba la pequeñez institucional que se encontró ayer en Cataluña, y una algarabía más propia de una visita africana o sudamericana. Mucho chándal.
Pero no sólo el chándal de la muchedumbre gritona y amontonada en los alrededores de la Sagrada Familia para ver al Papa, y no sólo el chándal moral de los dirigentes políticos de Cataluña. También una burguesía catalana de chándal y chancletas, sin ningún vigor, sin ninguna entidad, sin ninguna ambición de mundo mejor, sin haber sabido dar la talla, como colectivo, desde hace muchos años. ¿Qué burguesía tendría hoy la visión y la generosidad de convertirse en mecenas de un talento prodigioso como el de Gaudí?
Ahí estuvieron ayer algunos de estos supuestos burgueses y daba pena verles. Daba pena verles y pensar lo bajo que hemos caído como sociedad, con la inestimable ayuda de un Estado que atraca al empresario en nombre de la solidaridad y que todo lo deja arrasado a su paso. Entre la falta de tensión cívica y una persecución fiscal propia de los hermanos Dalton, ni queda el espíritu heroico de las grandes familias ni, en cualquier caso, de prevalecer aquel espíritu, tendrían dinero para corroborarlo, después de haber sido literalmente saqueados.
El despliegue policial fue de los que hacen época, y a pesar de que toda precaución es poca en la capital mundial de los antisistema y en el contexto mundial del odio islamista contra el mundo libre, la verdad es que resultaba algo ridícula la presencia de tantísimos Mossos d'Esquadra patrullando calles prácticamente vacías. Un Mosso cada cinco metros durante todo el trayecto que siguió el Papamóvil para llegar y marcharse de la ya basílica (menor) de la Sagrada Familia.
A pesar de que Ratzinger no tuvo piedad con los socialistas y les atizó en Santiago a propósito de su obsesión laicista, y les volvió a atizar en Barcelona hablando de la única -y sagrada- familia que la Iglesia reconoce, allí estuvieron todos para sacarse la foto con él. Desde divorciados como Montilla, hasta el mismísimo Zapatero que, a pesar de que se quiso hacer el íntegro no acudiendo a la misa, corrió como un perrito faldero a hacerse la fotografía con Su Santidad en el aeropuerto de Barcelona, para no perder la oportunidad electoralista. También por el PP, Alicia Sánchez-Camacho, que decidió ser madre en solitario, ahí anduvo. Más hipocresía, imposible.
Se fue el Papa dejando tras él una sociedad que llegó a ser fértil y pletórica, y que hoy vive hundida en el relativismo, la precariedad y la subvención parasitaria; con un gobierno de vergüenza ajena y que ha sumido al país en la ruina. Ya sólo nos queda esperar que los rezos del Papa tengan efecto dentro de 21 días y que los catalanes no continúen equivocándose como desde hace siete años.
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