OPINIÓN | Los escándalos del PSOE menorquín
Marc Pons es un auténtico impresentable. Por favor no se alarmen. Tengo motivos para dejarlo por escrito. Su cobardía le hace indigno del cargo que ostenta. Sí ya sé que lo ocupa legítimamente, que ha ganado limpiamente unas elecciones y que cuenta con la confianza de su partido y de gran parte de los ciudadanos. Pero precisamente por eso, porque ha sido elegido democráticamente, no puede ejercer de presidente insular de Menorca como si fuera un patético cacique caribeño.
El pasado miércoles, Marc Pons censuró a este medio y se encargó de que no fuera convocado a la rueda de prensa donde pretendió dar explicaciones sobre el hecho de que su mujer asesore a las empresas que él contrata desde el Consell. Es, nada más pero tampoco nada menos, lo que hemos publicado en este diario y sobre lo que tenía que haber dado explicaciones públicas. Las mismas que hubiera exigido él de estar en la oposición. Sin embargo, optó por encerrarse con sus periodistas de cámara y obviar la servidumbre pública inherente al cargo que ocupa y que pagamos entre todos, nosotros los censurados también.
Marc Pons se rodeó de los suyos, de los que callan cuando un compañero no es convocado a una rueda de prensa, los mismos que nada tienen que decir cuando el marido de una poderosa agrede a un fotógrafo de esta casa, los mismos a los que les tiemblan las canillas cuando se trata de afear a un subvencionador en potencia que impida el acceso de nuestros periodistas a los actos públicos de UM. Sí, tengo memoria lo mismo que otros no tienen ética alguna. O al menos la suya no les da para defender la libertad de prensa y el deber que tienen los representantes públicos de dar explicaciones a todos y no sólo a aquellos que les rinden chusca y paniaguada pleitesía.
Sí, Marc Pons es un impresentable porque es incapaz de rebatir lo publicado, cosa que no ha podido hacer porque sabe que es absolutamente cierto que la mujer de la máxima autoridad política de Menorca cobra de las empresas contratistas del Consell. Puede que nuestros baremos éticos sean difíciles de cumplir para estos sujetos metidos a políticos. Pero es lo que hay.
Me cuentan, lo siento pero no nos dejaron escucharle en directo, que Pons defendió la legalidad de los contratos. Sólo faltaba. Me cuentan que en cambio nada dijo de en qué consiste la labor de su mujer en esas empresas; que no explicó de dónde saca tiempo siendo, como no se cansa de repetir, madre de tres hijos, ni qué opina la empresa que le paga la nómina sobre el hecho de que por las tardes se dedique a quitarle posible clientela.
Me cuentan, ya les digo que nosotros no estuvimos, que sólo se refirió a unas empresas pero obvió hablar de otras que también son contratistas y con las que su mujer, seguramente una magnífica profesional bastante más capacitada que él, curiosamente también colabora.
Me cuentan que no esgrimió ningún documento con los informes elaborados por su esposa, ni tan siquiera aclaró a cuánto asciende la colaboración a tiempo parcial que realiza ni si ésta es verbal o presencial. Eso sí trató de deslizar que se trata de un caso de machismo. Hay que ser caradura. Como si en caso de que la presidenta fuera ella y no él no hubiéramos dicho lo mismo.
Lo que sí hizo Marc Pons cuando le llamamos el pasado lunes para decirle lo que íbamos a publicar fue pedirnos que no le entrecomilláramos nada, atendernos con voz melosa y afán conciliador pero solicitarnos un inexplicable anonimato. Claro, esperaba a estar con sus palmeros, parapetado tras los muros de su Consell. Desde allí ha proclamado su absoluta honradez y lamentado que se cuestione su honorabilidad. Que no se preocupe. De lo único que no tengo ninguna duda es de su absoluta falta de ética democrática.
El Mundo
El pasado miércoles, Marc Pons censuró a este medio y se encargó de que no fuera convocado a la rueda de prensa donde pretendió dar explicaciones sobre el hecho de que su mujer asesore a las empresas que él contrata desde el Consell. Es, nada más pero tampoco nada menos, lo que hemos publicado en este diario y sobre lo que tenía que haber dado explicaciones públicas. Las mismas que hubiera exigido él de estar en la oposición. Sin embargo, optó por encerrarse con sus periodistas de cámara y obviar la servidumbre pública inherente al cargo que ocupa y que pagamos entre todos, nosotros los censurados también.
Marc Pons se rodeó de los suyos, de los que callan cuando un compañero no es convocado a una rueda de prensa, los mismos que nada tienen que decir cuando el marido de una poderosa agrede a un fotógrafo de esta casa, los mismos a los que les tiemblan las canillas cuando se trata de afear a un subvencionador en potencia que impida el acceso de nuestros periodistas a los actos públicos de UM. Sí, tengo memoria lo mismo que otros no tienen ética alguna. O al menos la suya no les da para defender la libertad de prensa y el deber que tienen los representantes públicos de dar explicaciones a todos y no sólo a aquellos que les rinden chusca y paniaguada pleitesía.
Sí, Marc Pons es un impresentable porque es incapaz de rebatir lo publicado, cosa que no ha podido hacer porque sabe que es absolutamente cierto que la mujer de la máxima autoridad política de Menorca cobra de las empresas contratistas del Consell. Puede que nuestros baremos éticos sean difíciles de cumplir para estos sujetos metidos a políticos. Pero es lo que hay.
Me cuentan, lo siento pero no nos dejaron escucharle en directo, que Pons defendió la legalidad de los contratos. Sólo faltaba. Me cuentan que en cambio nada dijo de en qué consiste la labor de su mujer en esas empresas; que no explicó de dónde saca tiempo siendo, como no se cansa de repetir, madre de tres hijos, ni qué opina la empresa que le paga la nómina sobre el hecho de que por las tardes se dedique a quitarle posible clientela.
Me cuentan, ya les digo que nosotros no estuvimos, que sólo se refirió a unas empresas pero obvió hablar de otras que también son contratistas y con las que su mujer, seguramente una magnífica profesional bastante más capacitada que él, curiosamente también colabora.
Me cuentan que no esgrimió ningún documento con los informes elaborados por su esposa, ni tan siquiera aclaró a cuánto asciende la colaboración a tiempo parcial que realiza ni si ésta es verbal o presencial. Eso sí trató de deslizar que se trata de un caso de machismo. Hay que ser caradura. Como si en caso de que la presidenta fuera ella y no él no hubiéramos dicho lo mismo.
Lo que sí hizo Marc Pons cuando le llamamos el pasado lunes para decirle lo que íbamos a publicar fue pedirnos que no le entrecomilláramos nada, atendernos con voz melosa y afán conciliador pero solicitarnos un inexplicable anonimato. Claro, esperaba a estar con sus palmeros, parapetado tras los muros de su Consell. Desde allí ha proclamado su absoluta honradez y lamentado que se cuestione su honorabilidad. Que no se preocupe. De lo único que no tengo ninguna duda es de su absoluta falta de ética democrática.
El Mundo
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