JOAQUÍN MANSO / Madrid
González da a entender que controlaba la 'guerra sucia'
Asegura que la información para poder atentar contra la cúpula de ETA «tenía que llegar hasta mí por las implicaciones que tenía»
Sostiene que «a Segundo Marey lo salva la orden de Pepe Barrionuevo para que lo suelten cuando se entera de que está detenido[sic]»
Vuelve a referirse a «cuando detienen [sic] a Marey» y lo vincula a ETA: «Nadie ha estudiado qué significaba en la cooperativa de Bidart»
Sostiene que «a Segundo Marey lo salva la orden de Pepe Barrionuevo para que lo suelten cuando se entera de que está detenido[sic]»
Vuelve a referirse a «cuando detienen [sic] a Marey» y lo vincula a ETA: «Nadie ha estudiado qué significaba en la cooperativa de Bidart»
Los GAL regresan al primer plano de la actualidad política. El ex presidente Felipe González da a entender en una entrevista que publicó ayer el diario El País que la última palabra en la guerra sucia contra el terrorismo durante sus gobiernos le correspondía a él: «Tuve que decidir si se volaba a la cúpula de ETA. Dije no». Es decir: confiesa de manera explícita que algún mando le planteó la posibilidad de asesinar en Francia a los máximos dirigentes de la banda y que el crimen se habría llevado a cabo si él hubiese dado el ok. González justifica que le llegase «la información» sobre esa posibilidad -y, en consecuencia, que él tuviese el máximo poder decisorio en ese caso concreto- «por las implicaciones que tenía» un atentado de esas características.
Pero tanto si se refiere a las consecuencias diplomáticas de un ataque de gran impacto en Francia -«sólo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la casa en la que se iban a reunir»- como al elevado rango dentro de ETA de los terroristas que constituían el objetivo, existen múltiples ejemplos de ataques de los GAL en los que concurren similares circunstancias. Unido esto a la segunda gran confesión que el ex presidente hace en la entrevista -que «a Marey lo salva la orden de Barrionuevo para que lo suelten»; esto es, que la cadena de mando llegaba hasta su ministro del Interior-, sería verosímil que se le hubiese consultado también en esos otros casos.
Por ejemplo, en el asesinato de Mikel Goikoetxea, Txapela, que era uno de los máximos responsables de ETA cuando fue abatido en San Juan de Luz por un francotirador armado con un rifle de mira telescópica el 28 de diciembre de 1983; o en el del histórico dirigente de la banda Tomás Pérez Revilla, que quedó malherido el 15 de junio de 1984 tras la explosión de una moto bomba en Biarriz y murió después; o en el del jefe de comandos, José María Echaniz, y otros tres etarras, que el 25 de septiembre de 1985 fueron ametrallados por dos mercenarios que abrieron fuego a discreción en el café Monbar de Bayona.
De parecidas características a éste fueron los atentados de 1986 en el bar Batzoki, también de Bayona, en el que dos niños fueron heridos tras un tiroteo, o el del café La Consolation de San Juan de Luz. La Audiencia Nacional tiene desde 2008 pendiente de celebrar el juicio por estos hechos contra el ex jefe de la Policía en Bilbao Miguel Planchuelo, que ya fue condenado por el secuestro de Marey junto a Barrionuevo y Vera.
El ex presidente evidencia la fragilidad de los principios morales que sustentaron su mandato cuando admite ante el escritor Juan José Millás que duda sobre si hizo lo correcto cuando decidió no asesinar a la cúpula de ETA: «Todavía no sé siquiera si hice bien o mal [...] Todavía no sé si hice lo correcto [...] Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado».
Esa misma disposición ética se manifiesta cuando, después de admitir por primera vez que quien tomaba las decisiones trascendentes en el secuestro de Marey era su ministro José Barrionuevo, se refiere dos veces a ese rapto como «detención».
Y, más aún, cuando vincula a la víctima -ya fallecida- con ETA, como si eso hiciese más justificable el secuestro: «Nadie ha estudiado ni va a estudiar por el momento, ni yo lo pido, qué era o qué significaba Marey en la cooperativa de Bidart», dice, sin que quede claro a qué se refiere.
La defensa de Planchuelo intentó demostrar en el juicio que Marey, viajante de comercio, trabajaba para la cooperativa Sokoa, donde la policía francesa desmanteló un gigantesco zulo de ETA en 1986. Pero estaba en Hendaya, y no en Bidart. Quizá, de manera inconsciente, González relacione a Marey con la cúpula etarra que fue desarticulada en 1992 en esa localidad francesa.
Vía epesimo
Pero tanto si se refiere a las consecuencias diplomáticas de un ataque de gran impacto en Francia -«sólo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la casa en la que se iban a reunir»- como al elevado rango dentro de ETA de los terroristas que constituían el objetivo, existen múltiples ejemplos de ataques de los GAL en los que concurren similares circunstancias. Unido esto a la segunda gran confesión que el ex presidente hace en la entrevista -que «a Marey lo salva la orden de Barrionuevo para que lo suelten»; esto es, que la cadena de mando llegaba hasta su ministro del Interior-, sería verosímil que se le hubiese consultado también en esos otros casos.
Por ejemplo, en el asesinato de Mikel Goikoetxea, Txapela, que era uno de los máximos responsables de ETA cuando fue abatido en San Juan de Luz por un francotirador armado con un rifle de mira telescópica el 28 de diciembre de 1983; o en el del histórico dirigente de la banda Tomás Pérez Revilla, que quedó malherido el 15 de junio de 1984 tras la explosión de una moto bomba en Biarriz y murió después; o en el del jefe de comandos, José María Echaniz, y otros tres etarras, que el 25 de septiembre de 1985 fueron ametrallados por dos mercenarios que abrieron fuego a discreción en el café Monbar de Bayona.
De parecidas características a éste fueron los atentados de 1986 en el bar Batzoki, también de Bayona, en el que dos niños fueron heridos tras un tiroteo, o el del café La Consolation de San Juan de Luz. La Audiencia Nacional tiene desde 2008 pendiente de celebrar el juicio por estos hechos contra el ex jefe de la Policía en Bilbao Miguel Planchuelo, que ya fue condenado por el secuestro de Marey junto a Barrionuevo y Vera.
El ex presidente evidencia la fragilidad de los principios morales que sustentaron su mandato cuando admite ante el escritor Juan José Millás que duda sobre si hizo lo correcto cuando decidió no asesinar a la cúpula de ETA: «Todavía no sé siquiera si hice bien o mal [...] Todavía no sé si hice lo correcto [...] Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado».
Esa misma disposición ética se manifiesta cuando, después de admitir por primera vez que quien tomaba las decisiones trascendentes en el secuestro de Marey era su ministro José Barrionuevo, se refiere dos veces a ese rapto como «detención».
Y, más aún, cuando vincula a la víctima -ya fallecida- con ETA, como si eso hiciese más justificable el secuestro: «Nadie ha estudiado ni va a estudiar por el momento, ni yo lo pido, qué era o qué significaba Marey en la cooperativa de Bidart», dice, sin que quede claro a qué se refiere.
La defensa de Planchuelo intentó demostrar en el juicio que Marey, viajante de comercio, trabajaba para la cooperativa Sokoa, donde la policía francesa desmanteló un gigantesco zulo de ETA en 1986. Pero estaba en Hendaya, y no en Bidart. Quizá, de manera inconsciente, González relacione a Marey con la cúpula etarra que fue desarticulada en 1992 en esa localidad francesa.
Vía epesimo
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