miércoles, 24 de noviembre de 2010

La libertad de uno y la de todos

VÍCTOR DE LA SERNA

Salvador Sostres no es exactamente la superestrella de esta columna, como recordarán los lectores, pero este cronista lleva días obligado a defenderlo en diferentes foros, como antes defendió a Sánchez Dragó y como defendería a cualquier otro vituperado por ejercer la libertad de expresión. Es difícil, en este ambiente neovictoriano o neoinquisitorial en el que nos movemos hoy, explicar por qué hay que tolerar una sarta de indudables groserías. No fue el caso de Sánchez Dragó, no. Pero en el de Sostres concurre la circunstancia de que fue una conversación no destinada a su publicación, privada en esencia aunque su marco fuese un plató, y sin un solo contenido que infringiese el Código Penal.
En un país que apenas tuerce el gesto cuando la Administración edita folletos y vídeos ensalzando las relaciones homosexuales de menores con adultos, donde la ministra de Igualdad se jacta de comprar juguetes sexuales, el súbito arrebato selectivo de moralina frente a la derecha no es sino un ejemplo de cómo se van recortando las libertades de algunos con pretextos variados y espurios. La libertad debería amparar, no sólo la blanda expresión de sentimientos nobles con los que es fácil estar de acuerdo, sino todo lo demás, salvo cuando sea delictivo.
Si no, acabaremos recordando el poema del pastor protestante Martin Niemöller: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista...». La libertad no es divisible.

Vía El Mundo

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