Después de tanto apelar a la entelequia de «los problemas reales de la gente» o de «lo que interesa realmente al ciudadano», después de tanto citar lo de Clinton («Es la economía, estúpido»), tenemos un Parlamento catalán más identitario que nunca. De un lado, el bloque soberanista suma un récord histórico de 76 diputados: ERC con sus 10 diputados -y a pesar de haber perdido 11-, Laporta con sus novedosos cuatro, y los 62 de una CiU que son las primeras elecciones a las que acude con el derecho a decidir en su programa y, por lo tanto, sólo esta vez puede ser contada entre los soberanistas (y no en 1984 o 1988, cuando Pujol no sólo no era soberanista, sino que dejaba muy claro que no lo era). De otro lado, los españolistas y los que han basado su campaña en agitar el miedo al independentismo han obtenido también su mejor resultado de todos los tiempos: los 18 de Alicia y los 3 de Ciutadans suman 21 diputados.
La identidad, como no puede ser de otra forma, está en el centro de las preocupaciones de la gente. Españolistas y catalanistas han votado en Cataluña en este sentido; también en otros sentidos, pero fundamentalmente han votado para definir su visión y sentimiento nacional: para fomentar el derecho de decidir de Cataluña como ente soberano o para frenarlo. El tópico de «los problemas reales de la gente» para desacreditar los debates identitarios murió ayer en la sede electoral del hotel Majestic. Murió también en la fiesta eufórica de Laporta, en el alegre brindis de la admirable Alicia, y en los muy meritorios tres diputados que fue capaz de mantener Ciutadans pese a una acibarada legislatura llena de hostilidades y escisiones.
En países sin problemas también la identidad importa, e importa de un modo fundamental, aunque al no estar en cuestión no se discute en las urnas. Pero ningún americano, francés o inglés permanecería impasible si le discutieran su pleno derecho de ser americano, francés o inglés.
Es cierto que está por ver cómo administra el presidente Mas su poder, hasta dónde llega su pragmatismo y hasta dónde llega su osadía, aunque ya hoy se pueden descartar grandes pactos de legislatura porque simple y llanamente no los necesita. Podrá pactar con Laporta y con ERC los asuntos referentes a la construcción nacional y con el PP lo referente a la economía. ERC necesita desmarcarse como sea del tripartito y hasta puede que vote sin pedir nada a cambio la investidura de Mas. El PP, antes de las próximas elecciones generales, no está en disposición de molestar demasiado a un posible aliado en el caso de que Rajoy no obtenga mayoría absoluta.
Y cuando llegue el momento de decidir -y ese momento llegará cuando el presidente Mas plantee el concierto económico (o similar) y Rajoy o Zapatero se nieguen a concederlo-, veremos si los que tienen razón son ERC, Laporta y compañía cuando acusan al próximo presidente de Cataluña de ser un mero regionalista, o tienen razón los sectores más emergentes de Convergència que aseguran que son el partido con más votantes independentistas, que la relación con España no tiene solución, que es inútil continuar y que la emancipación, aunque no tan inminente como los otros la proponen, es el único camino.
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