RAMÓN AGUILÓ La presidenta del Consell, Francina Armengol, secretaria general del PSOE de Mallorca, sucesora in pectore de Antich en la jefatura de los socialistas de Balears, ha dicho, criticando el trabajo de la reforma de la Platja de Palma de Nájera y el equipo que va trasegando de institución en institución, que "La reconversión se tiene que hacer pensando en la identidad de Mallorca". Justifica así la procrastinación del plan aprobado por unanimidad hace tres meses. La razón verdadera es el acojono ante la rebelión de parte de los vecinos de la zona a pocos meses de las elecciones. Qué alivio, la identidad. Qué tranquilizador contemplarse por la mañana en el espejo. Pero no, a quien vemos es a nuestra imagen simétrica; no nos vemos como somos, como nos ven los demás. No podemos vernos sino con artilugios como las cámaras fotográficas y experimentamos entonces extrañeza motivada por la falta de costumbre. La identidad es incierta. Tan importante es la cuestión que buena parte de las obras literarias, filosóficas o los tratados de psicología han intentado escrutar sus perfiles. Siempre con resultados borrosos. ¿Quién es ese yo que actúa, ése que es otro cuando cambia el escenario? Beckett se interrogó ampliamente, su Innombrable inquirió sobre sí mismo con resultados decepcionantes, en el seno de una poza oscura e ingrávida de resonancias uterinas. El yo y su identidad son entes escurridizos. Muy importante la identidad, si señor, calma, da paz. Si A es A es posible el mundo. El principio de identidad es el primer requisito del pensamiento racional. Imaginemos que en vez de la imagen simétrica de nuestro rostro contempláramos la imagen de Jaume Matas, o la de Trillo. Qué desasosiego.
La señora Armengol es una nacionalista identitaria de una nación que no sabemos cuál es, jefa de filas de un partido que se identifica como español. Un disparate que buena parte de los electores de su partido acepta resignadamente. Piensan que mucho daño no puede hacer, que manda Madrid. Ahí está el error, pensar que hay alguien al volante. Los nacionalistas se reclaman de una nación que, como todas, determinan el ser de sus integrantes, cuya principal razón de ser es la pervivencia de la misma. Su idea viene ligada tradicionalmente a un territorio, una etnia, una cultura, una lengua. Es una foto fija e inamovible que se corresponde a un ilusorio e inventado paraíso sito en el pasado. No se aviene con la realidad de las identidades, que son cambiantes, como cambiantes son los yoes personales. Cuando se han transformado innumerables sociedades con sus lenguas y costumbres, cuando la identidad es apenas un fotograma que pasa veloz en el transcurso de la película de la vida de las civilizaciones, he aquí que una política profesional que no ha demostrado hasta el momento mayor mérito que gobernar aliada con un partido corrupto, mirar hacia otro lado cuando tocaba Can Domenge y decir solemnemente naderías sobre identidades integrales, se atreve a descalificar una propuesta urbanística que pretende, con mayor o menor acierto -no lo sé-, transformar una parte de la ciudad degradada en su realidad urbanística y socioeconómica por una dinámica propia de Balears, "la balearización", que nos ha identificado como destructores de un paisaje sublime. Y la descalifica con el argumento de que no se adecua a la identidad de Mallorca. Si existe una tarea colectiva urgente es acabar con esta identidad que nos presenta como una sociedad de codiciosos y envidiosos que no valoran sino el dinero y desprecian la cultura, la racionalidad, el equilibrio; que han destrozado sin remisión posible el espacio de la belleza, que es espacio de lo sagrado. No hay casi nada, dejando aparte el pintoresquismo popular y gastronómico, de nuestro patrimonio cultural-arquitectónico-artístico que no haya sido el resultado fecundo de lo que viene de otras procedencias. Nuestra mejor arquitectura es cosmopolita, es gótica, es renacentista italiana, es modernista, es racionalista, iconos presentes en toda Europa. La peor arquitectura es ese urbanismo de los años sesenta, que sirvió para pergeñar el vocablo balearización, la definición identitaria en el mundo entero de nuestro desarrollo. Ésta es la paradoja y la tontería de la frase armengólica, una estupidez sin fronteras identitarias.
En fin, la identidad es la pócima milagrosa, el trampantojo que permite que una clase ensimismada de políticos mediocres oculte su incapacidad para resolver los problemas acuciantes que en el orden económico y social tienen los ciudadanos. Palabrería vana.
La señora Armengol es una nacionalista identitaria de una nación que no sabemos cuál es, jefa de filas de un partido que se identifica como español. Un disparate que buena parte de los electores de su partido acepta resignadamente. Piensan que mucho daño no puede hacer, que manda Madrid. Ahí está el error, pensar que hay alguien al volante. Los nacionalistas se reclaman de una nación que, como todas, determinan el ser de sus integrantes, cuya principal razón de ser es la pervivencia de la misma. Su idea viene ligada tradicionalmente a un territorio, una etnia, una cultura, una lengua. Es una foto fija e inamovible que se corresponde a un ilusorio e inventado paraíso sito en el pasado. No se aviene con la realidad de las identidades, que son cambiantes, como cambiantes son los yoes personales. Cuando se han transformado innumerables sociedades con sus lenguas y costumbres, cuando la identidad es apenas un fotograma que pasa veloz en el transcurso de la película de la vida de las civilizaciones, he aquí que una política profesional que no ha demostrado hasta el momento mayor mérito que gobernar aliada con un partido corrupto, mirar hacia otro lado cuando tocaba Can Domenge y decir solemnemente naderías sobre identidades integrales, se atreve a descalificar una propuesta urbanística que pretende, con mayor o menor acierto -no lo sé-, transformar una parte de la ciudad degradada en su realidad urbanística y socioeconómica por una dinámica propia de Balears, "la balearización", que nos ha identificado como destructores de un paisaje sublime. Y la descalifica con el argumento de que no se adecua a la identidad de Mallorca. Si existe una tarea colectiva urgente es acabar con esta identidad que nos presenta como una sociedad de codiciosos y envidiosos que no valoran sino el dinero y desprecian la cultura, la racionalidad, el equilibrio; que han destrozado sin remisión posible el espacio de la belleza, que es espacio de lo sagrado. No hay casi nada, dejando aparte el pintoresquismo popular y gastronómico, de nuestro patrimonio cultural-arquitectónico-artístico que no haya sido el resultado fecundo de lo que viene de otras procedencias. Nuestra mejor arquitectura es cosmopolita, es gótica, es renacentista italiana, es modernista, es racionalista, iconos presentes en toda Europa. La peor arquitectura es ese urbanismo de los años sesenta, que sirvió para pergeñar el vocablo balearización, la definición identitaria en el mundo entero de nuestro desarrollo. Ésta es la paradoja y la tontería de la frase armengólica, una estupidez sin fronteras identitarias.
En fin, la identidad es la pócima milagrosa, el trampantojo que permite que una clase ensimismada de políticos mediocres oculte su incapacidad para resolver los problemas acuciantes que en el orden económico y social tienen los ciudadanos. Palabrería vana.
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