MATÍAS VALLÉS A su llegada al ministerio ayer amputado, Miguel Sebastián convocó las reuniones de su equipo inmediato a primera hora del lunes. Esta agenda resultaba especialmente molesta para el secretario de Estado de Turismo, que se veía obligado a volar a Madrid desde Son Sant Joan en la noche del domingo. Joan Mesquida aquilató el argumento del transporte, sin éxito. La afrenta pública que acaba de sufrir demuestra el estancamiento de su cotización interna en el Gobierno. Paradójicamente, el respaldo unánime del sector puede aliviar su mortificación, o incluso invertirla.
En tiempos de liviandad ideológica, Zapatero ha centrado la lucha de clases en la degradación de la clase turista, el auténtico proletariado a juzgar por el trato que se dispensa a sus integrantes en aviones, hoteles y, ahora, desde el propio Gobierno. Para que el sarcasmo sea completo, el hachazo se produce exactamente un año después de que se celebrara en La Almudaina un consejo de ministros extraordinario, para acordar un paquete de ayudas al sector turístico.
El 24 de julio de 2009, Antich y Zapatero se dirigieron al país desde un salón de la residencia regia palmesana, con un telón de fondo de opereta que hoy suena premonitorio. El tránsito de la secretaría de Estado a secretaría general obliga a definir esa jornada supuestamente histórica como el día de las promesas incumplidas. En la portada de los acuerdos del Consejo sobresalía una ayuda monumental a Canarias, que permitía dudar si los ministros también habían caído presa de la secular confusión de archipiélagos.
En aquel consejo de ministros, la rehabilitación de la Playa de Palma quedaba condenada a unas cifras paupérrimas, pese a que el proyecto había sido nombrado explícitamente en el mitin preelectoral de Zapatero en el Palma Arena. El único residuo de la reunión del gabinete es una efemérides trágica, ya que se celebró una semana antes del doble asesinato perpetrado por ETA en Palmanova.
En la rueda de prensa, Zapatero –porque el parco Antich se mimetizó muy pronto con el decorado– demostró un conocimiento muy somero de la actividad turística, que en su imaginario exterioriza una desviación social entre obscena y folklórica. Los socialistas de pura cepa estarán siempre más próximos de Stajanov, el minero estalinista que batió la marca de acarreo de carbón en una jornada histórica para la Unión Soviética.
Un señor dormitando bajo una hamaca se aleja del proyecto de Zapatero, sin importarle que pague más de cien euros diarios por ese inofensivo placer. De ahí que el presidente conmemore el primer aniversario de su inmersión turística mallorquina con una humillación por cuadruplicado. La ofensa se dirige indistintamente contra la apreciación del turismo como única industria española digna de tal nombre, contra la figura de Joan Mesquida, contra el peso de Balears en el conjunto del Estado y contra la nula influencia de Antich y el PSIB en el seno del PSOE.
La agresión es tan directa –aparte de unánimemente valorada como tal– que sólo cabe decidir si el Gobierno considera más insignificante al turismo o a Antich, que no coloca a un solo cargo relevante. Dado que Balears votó la renovación de Zapatero con mayor entusiasmo que cualquier otra comunidad, ha sufrido una venganza desenfocada. Fernández de la Vega empeoró el agravio al defender que la supresión de la secretaría de Estado "no significa en absoluto que no vayamos a seguir trabajando con el turismo". De acuerdo con su extraño razonamiento, procede suprimir todos los departamentos gubernamentales. Se ahorrarán cantidades ingentes y no se mermará la dedicación política a ninguna parcela.
Mesquida se ha resignado, muy en su línea curricular de acumular cargos por designación, nunca por elección. El antiguo zar policial sabe mejor que nadie que coronel no equivale a general. Cuando la dignidad entra en conflicto con las expectativas laborales, encajar la ofensa emite un mensaje inconfundible, y la rabieta del silencio es un magro desquite. Además, se arriesga a que los recortes le dejen con un presupuesto inferior a la cantidad destinada por el Govern a Rafael Nadal.
Para consuelo del ex secretario de Estado interclasista –Mesquida siempre ha sido mejor conceptuado por la derecha que por sus correligionarios–, también Elena Salgado debió retroceder a Administraciones Públicas antes de ser catapultada a una vicepresidencia. El inquilino de La Moncloa se caracteriza por la volubilidad de sus afectos. Al desviar la imposible devaluación monetaria hacia la rebaja de sus departamentos, demuestra que España se avergüenza de su condición de primera potencia turística mundial.
Ente las grandes virtudes que atesoran los presidentes de la democracia –Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero–, ninguno está ligado biográfica o geográficamente a la actividad que define a su país. La proclamación de la primera presidenta de Gobierno es tan urgente como la llegada al poder de un gobernante de cualquier sexo que sepa exactamente a qué se dedica España. Clásicos de la arqueología del sector como Angel Palomino disentirían de esta visión, pues sostenían que el turismo funcionó a la perfección porque el Estado no se inmiscuyó en el negocio. Desde la Balears humillada de nuevo por Madrid, y visto el incorregible funcionamiento del Ibatur, sería más aceptable la supresión de la conselleria de Turismo.
(Diario de Mallorca)
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