El título de este post es pura imaginación, mero ejercicio intelectual, provocación. Porque nadie osa en España calificar así al nacionalismo catalán, ni al vasco, por supuesto. Hasta yo misma me siento extraña cuando lo escribo, tal es el tabú español sobre la cuestión. Pero lo propongo para llamar la atención sobre un fenómeno que me fascina y que ha vuelto a reproducirse por enésima vez en el debate sobre la sentencia del Estatut. Me refiero al doble rasero de la izquierda española y muy especialmente de sus intelectuales a la hora de juzgar el nacionalismo catalán o el vasco y el de otros países.
Baste comparar los titulares dedicados en los últimos meses en los medios de izquierda españoles a dos partidos nacionalistas extranjeros, la Liga Norte italiana o la Nueva Alianza Flamenca belga, y los titulares que esos mismos medios dedican habitualmente a los nacionalismos vasco y catalán.
Umberto Bossi, lider de La Liga Norte, con su puro, la imagen del malo de la película
La Liga Norte es tachada de partido xenófobo y de extrema derecha. La Nueva Alianza Flamenca recibe insistentemente el concepto de separatista al que se une el de conservador, “conservador y separatista”. Lo más llamativo de este tratamiento es que jamás se aplica al PNV o a CIU. Tampoco al PSC. Esa misma izquierda que califica de extrema derecha a la Liga Norte o de separatista a la Nueva Alianza Flamenca nunca utiliza esos conceptos para los nacionalistas patrios. Tampoco tacha de separatista al PSC.
Y, sin embargo, tanto CIU como el PNV mantienen paralelismos sustanciales con esos partidos “separatistas” y “extremistas” extranjeros. El derecho a la secesión, la identidad propia y su salvaguarda, la negativa al reparto económico con las regiones pobres, son los ejes de los programas de los belgas y de los italianos. Lo mismo que los de CIU y PNV. Y ahora del PSC. ¿Para cuándo, por cierto, un artículo, tesis doctoral, libro, de los sociólogos y politólogos españoles sobre esos paralelismos?
La insumisión constitucional, el brutal etnicismo de los nacionalistas y socialistas catalanes habrían recibido el repudio de la izquierda española si fueran belgas o italianos. Y, sin embargo, aquí, en España, el extremismo separatista recibe una y otra vez su increíble comprensión. O su síndrome de Estocolmo, como se quiera.
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