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viernes, 2 de julio de 2010
Los sindicatos, con un par
El sindicalismo es uno de los mejores negocios del mundo. Los líderes sindicales azuzan a los pobres y viven como ricos del erario público. Su estrategia es inventarse un conflicto que no existiría si empleado y patrón pudieran negociar libremente y sin el yugo de los convenios. Este conflicto es donde se agarran porque sólo en él se justifican. Las arcas pueden estar casi vacías, pero ellos, a lo suyo. Son la versión colectivista del “yo he venido aquí a hablar de mi libro”. 3,2 millones que se llevan crudos el año de la peor crisis. Todo el mundo ahorra, todo el mundo hace sacrificios. Ellos no. ¿Qué hay de lo mío?
¿Cuántas manifestaciones más tienen que ser un auténtico fracaso para que las distintas administraciones entiendan que ya los sindicatos no representan a nadie? ¿Cuántas subvenciones más tendrán que cobrar para que los trabajadores se den cuenta de que no son sus representantes, sino sus chulos? ¿Cuánto cinismo más, cuántas mentiras más?
Toda subvención a cualquier organización sindical o patronal debería ser suspendida de inmediato porque se han demostrado intermediarios obsoletos, inútiles y además muy cínicos; que sólo buscan protegerse a ellos mismos y que sólo sirven a su estatus y a sus propios intereses. La solidaridad es la propaganda sindical, pero sus líderes, en todo lo que hacen, la desmienten y la niegan. El escándalo es de los que hacen época. Mientras la Generalitat recorta ayudas a la gente que más las necesita, sigue llenando las arcas de los sindicatos y los bolsillos de sus líderes.
Es una burla al sufrimiento que muchos tienen que afrontar en estos tiempos tan delicados, que se despilfarre dinero público para pintar pancartas y organizar huelgas y piquetes. Es una cuestión de austeridad, por supuesto. Pero sobre todo es un asunto de dignidad, la mínima dignidad de no reírse a la cara de los más necesitados enriqueciendo a los que nada hacen por ellos salvo usarles miserablemente de propaganda. 3,2 millones de euros. Con unas pochas, supongo.
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