Vino a Mallorca a escribir y se vio inmerso en el proceloso mundo del espionaje entre la Guerra Civil y la contienda mundial
I OLAIZOLA. PALMA.
"Tenía unas cejas tremendamente espesas y su nombre no era Jason, sino Hillgarth. Alan Hillgarth, agregado naval de la embajada británica en Madrid y coordinador de las actividades del Servicio Secreto en España. Rostro ancho, frente despejada y pelo oscuro, con raya rectilínea y peinado hacia atrás con brillantina. Se acercó vestido con un traje de alpaca gris cuya calidad se intuía aun en la distancia. Caminaba seguro, sosteniendo un maletín de piel negra en la mano izquierda".
Esta es la descripción que María Dueñas hace en su novela del diplomático y espía inglés en su primer encuentro con Sira Quiroga, la protagonista de la trama de ficción, antes de introducirla en una red de espías en Madrid a las órdenes del imperio británico. Es un retrato bastante acorde con una de las pocas imágenes que se pueden encontrar hoy en día de este escurridizo cónsul que, soslayando lo obvio, fue un auténtico personaje de novela.
Alan Hugh Hillgarth nació en Londres un 7 de junio de 1899. En 1911 ingresó en la Royal Navy rompiendo la tradición familiar ya que sus ancestros habían ejercido la medicina. Participó en la Primera Guerra Mundial y, una vez que terminó la contienda, estudió en el King´s College de Cambridge.
Retornó al servicio activo entre los años 1919 y 1927, cuando se retira con el grado de capitán de corbeta. Comienza a escribir novelas de aventuras. En 1929 se casó con Mary Sidney Katharine Almina, tercera hija del barón de Burghclere, y junto a su esposa estableció su residencia en España. En 1932 compró una de las possesions más emblemáticas de la isla, la de Son Torrella, en Santa Maria, y es nombrado vicecónsul honorario en Palma, posiblemente con la única función declarada de sacar marineros británicos borrachos de las cárceles.
"Era un novelista y se retiró a Mallorca para descansar y escribir y, de la noche a la mañana, se convirtió en el más importante de los elementos del espionaje británico infiltrados en el régimen franquista", explica Josep Massot i Muntaner, historiador palmesano y una de las personas que más sabe sobre la Guerra Civil en Mallorca. Como no puede ser de otra manera por su vinculación con la isla, la figura del diplomático-espía inglés fue ampliamente estudiada por Massot en su retiro en la Abadía de Montserrat. Fruto de estas investigaciones vio la luz el libro El Cònsol Alan Hilgarth i les Illes Balears (1936-1939).
"Hillgarth era un diplomático y, por tanto, no tenía amigos, pero se sabía codear y mantener relaciones de interés con las personas influyentes de su época", subraya Massot del carácter de este personaje.
Intimó con el banquero Juan March –"no sé cómo se conocieron", admite el historiador– y trabó relación con Winston Churchill antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en la primavera de 1936, cuando el que se convertiría en el férreo primer ministro británico que sostuvo y levantó a su pueblo contra el Tercer Reich hizo escala en Palma junto a su mujer Clementine en un periplo hacia Marrakech.
Al parecer, Hillgarth invitó a comer a la ilustre pareja a su finca de Son Torrella y les brindó hospedaje en ella durante algunos días. La íntima convivencia en aquellos jornadas marcó el inicio de una larga amistad entre dos personas con un idéntico espíritu aventurero.
El estallido de la Guerra Civil española pilló a Hillgarth fuera de Mallorca pero retornó y comenzó sus actividades como agente del Gobierno británico en una isla donde los italianos, llamados por las fuerzas golpistas tras un intento fracasado de reconquista por parte de la República, habían desembarcado a finales de agosto de 1936 al mando de Arconovaldo Bonaccorsi, más conocido como el conde Rossi.
"Hillgarth fue el primero en informar al Foreign Office (ministerio de Asuntos Exteriores británico) sobre las actividades del conde Rossi en Mallorca y provocó su salida de la isla en diciembre de 1936 tras la mediación del propio Ramón Franco ante su hermano en Salamanca", explica Massot.
Poco más tarde, Francia e Inglaterra, que veían con reparos la presencia transalpina en un enclave tan estratégico del Mediterráneo, y la propia Italia, llegaron a un "acuerdo de caballeros" en enero de 1937 por el que los italianos se comprometieron a no quedarse en Mallorca tras su colaboración con los sublevados. El propio Franco vio con buenos ojos la intervención inglesa y quizá la propiciara porque temía que Mussolini quisiera anexionarse la isla. Posiblemente por estos servicios Hillgarth fue ascendido a cónsul oficial de la Orden del Imperio Británico en 1937.
También participó activamente en la rendición de Menorca a las tropas franquistas y la evacuación de decenas de menorquines a bordo del crucero inglés Devonshire, buque clave más tarde en el desalojo de ciudadanos británicos de Barcelona. El capitán de este navío, J.H.Godfrey, conoció en estos episodios a Hillgarth y algo de su personalidad debió cautivarle porque, más tarde, con la Segunda Guerra Mundial en marcha y desde su nuevo cargo de director de la inteligencia naval, consigue que nombren al cónsul en Mallorca agregado naval en la embajada británica en Madrid.
¿Un premio o una apuesta por la eficacia de Hillgarth en su labor de espía bien relacionado con las nuevas autoridades españoles emanadas del golpe militar? Puede que ambas cosas. Pero lo que está claro es que Churchill contaba con él para un plan más ambicioso: el soborno de varios generales franquistas para evitar que España entrara en la Segunda Guerra Mundial. "Gran Bretaña no podía permitirse perder el control de Gibraltar que le aseguraba sus líneas de abastecimiento con la India. Era clave para sus intereses y su pérdida podría haber cambiado el signo de la Segunda Guerra Mundial", apunta Pere Ferrer, historiador experto en la época y en la figura de Juan March. De ahí la presencia de Hillgarth en Madrid. Contaba con la confianza de Churchill y March, dos piezas fundamentales para la consecución de este objetivo.
"Hillgarth era una persona muy discreta, no destacaba y parecía que no hacía nada aunque intervinera en todos los asuntos. Todo lo que hizo, lo hizo a escondidas. Su propio hijo, Jocelyn Hillgarth, me negó que su padre fuera un espía. Estaba convencido de que se trataba de un diplomático que había ayudado a mucha gente con su trabajo en las evacuaciones de Menorca y Barcelona. Más tarde, habló con un tío suyo que ejercía también la carrera diplomática y que le confirmó que ese trabajo, en aquellos tiempos de guerra, llevaba aparejada la obligación de pasar información", revela el historiador Josep Massot.
"Y los informes de Hillgarth no tenían desperdicio. Tras intervenir en la rendición de Menorca, remitió al Foreign Office un prolijo documento en el que detallaba la ubicación exacta de todas las baterías costeras de esta isla, para que una escuadra inglesa hostil supiera donde atacar", concluye el especialista.
Ahora la novela de Dueñas arroja un poco de luz sobre esta persona de la que apenas hay fotografías, sobre un espía de verdad, discreto, efectivo y amante de la aventura. Una palabra quizá hoy en día hueca de contenido y que el propio Hillgarth definió en uno de sus libros como algo que "era una vez una denominación noble llevada orgullosamente por hombres tales como Raleigh y Drake... (pero que ahora está) reservada para los miembros mejor vestidos de las clases criminales".
Diario de Mallorca
No hay comentarios:
Publicar un comentario