Los nazis eran malísimos. Si existe quien, a estas alturas, aún no se ha enterado, no será por falta de información: los nazis no sólo están en los libros de texto, sino que salen en las películas de Indiana Jones, aparecen en las novelas conspiranoicas que, siguiendo el estilo Dan Brown, siempre meten a un nazi, un códice secreto, al Vaticano y a una monja espeleóloga en una trama que explica cómo salvar el mundo en un par de horas, evitando que los nazis vuelvan a apoderarse de él. Los nazis son unos criminales tan bien encajados en el inconsciente colectivo que, como tema, tienen éxito asegurado. La cultura popular enseña que los nazis (en realidad, nacionalsocialistas) exhiben como hermanos menores a los fascistas, y de primos a los «fachas». Por eso, cuando se tilda frívolamente a una persona de «facha», el aludido tiembla cual florecilla en un vendaval. El mundo parece haber olvidado que Hitler y Stalin fueron aliados. Monstruos de idéntico pelaje. Denominador común: mucha sangre derramada. «El niño del pijama a rayas» ha vendido un porrón de ejemplares. Es una novelita «naïf» sobre nazis que ha chiflado a los profesores, recomendándola con entusiasmo a sus alumnos. Bien. «El niño 44» ha pasado inadvertida, siendo una novela magistral y espeluznante sobre el «Golodomor» ucraniano, la hambruna que el padrecito Stalin provocó en esta república de la URSS en los años 30, como un plan quinquenal más, y que azotó a Ucrania hasta matar millones de seres humanos y obligar a muchos pobres campesinos incluso a practicar el canibalismo para sobrevivir. La España «ecosocialroja» no habla de Stalin, esqueleto en el armario ideológico de cierta izquierda extrema. Aunque la Unesco recomiende que se explique en los colegios esa tragedia, que es «uno de los tres grandes crímenes del siglo XX». Así que el Congreso de los Diputados ha rechazado –gracias a los votos de PSOE, BNG y ERC-IU-ICV– una proposición no de ley de CiU para que se enseñe en las escuelas la hambruna sufrida en Ucrania de 1930 a 1932. Las explicaciones de «sus señorías» al rechazo de la proposición son grotescas, secuaces y sospechosas. Una escandalosa vergüenza. ¡En los planes educativos no hay que inmiscuirse! –alegan estos consumados expertos en servir doctrina en los biberones–, ¡no está claro que aquello fuese un genocidio!... (Dan ganas de llorar. De salir a la calle y levantar adoquines). Estepaísnotienearreglo.ay.
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