Cristina Losada
En El Catoblepas, la revista en internet de Gustavo Bueno, siempre encuentra una sorpresas. Así, en su último número, un artículo del profesor Enrique Prado Cueva, documenta que fue el dictador Francisco Franco quien introdujo el gallego, el vascuence y el catalán en la enseñanza. No es broma, sino un Decreto de 1975. Lo firmó el Caudillo en mayo y su contenido fue ampliado unos meses después por otro que suscribiría el Rey Juan Carlos. Todavía técnicamente en el franquismo, esa segunda disposición establecía que "las lenguas regionales son patrimonio cultural de la Nación española y todas ellas tienen la consideración de lenguas nacionales", así como que "su conocimiento y uso será amparado y protegido por la acción del Estado y demás Entidades y Corporaciones de Derecho Público".
Esos dos gloriosos precedentes del reconocimiento de las lenguas y de su enseñanza figuran en el BOE de la dictadura. Ahí han permanecido sepultadas esas muestras de la terrible persecución que sufrieron "las lenguas" en tiempos preconstitucionales. Aunque lo terrible para los victimistas del idioma sería aceptar que la semilla de esa planta que cultivan con obsesión la había puesto Franco, su enemigo. Pues qué harían esas interesadas plañideras sin el monstruo que, según clamaba Jordi Pujol hace unos días, perpetró la destrucción del catalán. Qué de los negociantes en identidades, sin el ogro que devoró a las pobres lenguas indefensas. Con qué rellenarían tantos juntaletras sus piezas lacrimosas sin el nacionalista español que impuso a sangre y fuego el castellano imperial. Y qué les contarían a los escolares los profesores adictos a su ideología e infieles a su oficio, sin un genocida cultural en sus fábulas.
"Quien controla el pasado, controla el futuro; quién controla el presente controla el pasado", rezaba uno de los lemas del Partido en 1984 de Orwell. El nacionalismo y sus sucedáneos han tenido buen cuidado de reescribir el pasado a su medida. Su Cuéntame ha levantado una memoria selectiva sólo comparable en su afán de falseamiento a la que cursa bajo el nombre de "histórica". Y es que hay mucho que ocultar, empezando por el racismo originario, el fascismo de algunas de sus vacas sagradas y el apoyo de no pocas de sus figuras al golpe militar del 36. Un hilo conductor que nos lleva a la noticia: Franco puso la primera piedra de la "normalización lingüística".
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