SALVADOR SOSTRES
Las crisis, que son siempre culpa de los pobres, las acaban pagando siempre los ricos, entre otras cosas porque son los únicos que tienen dinero para pagar. Un pobre, ya me contarás qué va a pagar. Es como los famosos derechos de los trabajadores, que los proclaman los sindicatos y los paga el empresario. La gente se escandaliza cuando se lo dices, porque en general la gente se escandaliza por cualquier cosa. Hay que decirlo: puede que el nivel de nuestra clase política sea más bajo que el de otros tiempos, pero si algún nivel está por los suelos en nuestra era, es el de la gente corriente.
Bien, las crisis son siempre culpa de los pobres, de toda esa gente que firma hipotecas como autógrafos y se va de vacaciones con el crédito de la Visa. Toda esta gente se ha cargado la economía sin ninguna piedad. No pueden pagar lo que deben y ahora resulta que, como siempre, las rentas más altas, las rentas de las personas que cada día se esfuerzan trabajando en trabajos de prestigio y bien remunerados, tienen que pagar aún más de lo que ya pagan para engordar las arcas del Estado y que el Estado pueda continuar practicando la pantomima del bienestar social, ese bienestar social que consiste en que el empresario que trabaja abnegadamente para crear riqueza y puestos de trabajo tenga encima que mantener con sus impuestos exagerados a tanto holgazán caradura que pretende pasar por este mundo sin hacer absolutamente nada.
La noticia de que el Gobierno va a subir el IRPF a los 165.000 contribuyentes que cobran más de 120.000 euros al año -que tampoco se crean que es gran cosa- es un escándalo. En Cataluña, algunos pagarán hasta el 51% de su renta. Todo impuesto es un robo. Pero es que esto resulta ya un atraco.
Un día, un día no muy lejano, estaría estupendo que hicieran huelga los empresarios. No una huelga de un día, presionando vergonzosamente a uno y a otro para que se unan a la convocatoria como hacen los sindicatos. No. Nada de violencia, nada de piquetes, nada de servicios mínimos o máximos. Un día tendrían que hacer huelga los empresarios. Una huelga de empresarios que durara 10 años. Que cerraran sus empresas, que bajaran las persianas y que, con muy sentidos abrazos, se despidieran uno a uno de sus trabajadores, uno a uno de cada miembro del comité de empresa, uno a uno de cada liberado, uno a uno de cada administrativo que se cogió la baja por un resfriado. Una huelga como Dios manda, no como un chantaje, sino como una larga despedida. «¡Adiós, trabajadores que trabajáis tanto! ¡Adiós, obreros de la lucha de clases, el empresario villano se va y ya nunca más volveré a explotaros!».
¡Ah, qué hermoso sería! A ver qué riqueza se crea entonces en España, a ver qué derechos garantizan entonces los sindicatos. A ver qué «días personales» puede la gente -esa gente tan inteligente- tomarse. A ver en qué quedan los derechos adquiridos si no los paga el empresario. A ver quién es el explotado. Propongo esta huelga y que los empresarios se retiren a sus piscinas de invierno, naturalmente climatizadas, mientras todos aquéllos que tanto les desprecian, que tanto les insultan, que tanto les odian, intentan sobrevivir con sus propias manos.
A ver qué hacéis, liberados.
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