SALVADOR SOSTRES
Si los sindicatos fueran demócratas, garantizarían el derecho de cada cual de poder ir a trabajar, tal como los distintos gobiernos democráticos garantizan, con total transparencia, que los ciudadanos que prefieran a la oposición puedan votarla tranquila y absolutamente. Si los sindicatos fueran demócratas, condenarían la existencia de esos piquetes que nunca son informativos y que siempre amenazan y que en muchas ocasiones son violentos. El terrorismo sindical es igual de inaceptable que cualquier otro. Si los sindicatos fueran demócratas, no tolerarían el miedo que siembran piquetes y otras organizaciones parasindicales. Muchos empresarios que no harían huelga cierran su fábrica o su negocio para que no les ataquen y rompan los cristales y otras dependencias.
Si los sindicatos fueran demócratas aclararían con precisión el número exacto de liberados sindicales que hay en España y a continuación acabarían con la gran estafa que supone que alguien cobre sin realizar el trabajo para el que fue contratado. Si los sindicatos fueran demócratas, defenderían a los trabajadores sin el cinismo de criminalizar a los que garantizan que haya trabajadores, que son los empresarios con su dinero y su talento y los puestos de trabajo que crean.
Si fueran auténticamente demócratas, no organizarían huelgas generales, que no son más que un chantaje a gobiernos elegidos democráticamente, y que democráticamente pueden ser desbancados cada cuatro años. Si los sindicatos creyeran en la libertad, abolirían los convenios y permitirían que patrón y empleado se pudieran poner de acuerdo bilateralmente, sin «tutelas ni tutías».
Pero el gran drama de España es que ni los sindicatos son demócratas ni creen en la libertad. Los sindicatos, junto a ETA, son las dos únicas organizaciones que jamás le han dado una oportunidad a la democracia. Basta con ver que ETA es, incluso antes que independentista, marxista y sindicalista. La izquierda en general tiene un problema con la libertad, un problema relacionado con su propia esencia y que nunca resolverá. Esta izquierda de raíz totalitaria y violenta que nunca se ha disculpado por haber sido comunista y haber justificado, en muchos momentos de su historia, los atroces crímenes que la ideología más sanguinaria de todos los tiempos ha causado.
Los sindicatos no son demócratas, no creen en la democracia ni en la libertad, y su estrategia es siempre el chantaje y la amenaza, la preventa y el privilegio: entre liberados sindicales, líderes sindicalistas, despidos improcedentes -todos lo acaban siendo-, días personales y bajas laborales fraudulentas, en España hay en estos momentos centenares y miles de caraduras que viven del cuento sindicalista sin rubor ni vergüenza ni ninguna consideración por la gente que más sufre. Ellos, a lo suyo. Y si revienta el planeta, que reviente.
Algún día nos libraremos de esta mordaza, de este estado de excepción moral con que nos chulean y nos atrasan los sindicatos. Algún día terminarán estos humillantes días de toque de queda civil, de asamblea y comité. Algún día seremos hombres libres, sin cadenas ni convenios y será lo más normal del mundo que todo el mundo cobre por lo que produzca. Y punto.
Si los sindicatos fueran demócratas aclararían con precisión el número exacto de liberados sindicales que hay en España y a continuación acabarían con la gran estafa que supone que alguien cobre sin realizar el trabajo para el que fue contratado. Si los sindicatos fueran demócratas, defenderían a los trabajadores sin el cinismo de criminalizar a los que garantizan que haya trabajadores, que son los empresarios con su dinero y su talento y los puestos de trabajo que crean.
Si fueran auténticamente demócratas, no organizarían huelgas generales, que no son más que un chantaje a gobiernos elegidos democráticamente, y que democráticamente pueden ser desbancados cada cuatro años. Si los sindicatos creyeran en la libertad, abolirían los convenios y permitirían que patrón y empleado se pudieran poner de acuerdo bilateralmente, sin «tutelas ni tutías».
Pero el gran drama de España es que ni los sindicatos son demócratas ni creen en la libertad. Los sindicatos, junto a ETA, son las dos únicas organizaciones que jamás le han dado una oportunidad a la democracia. Basta con ver que ETA es, incluso antes que independentista, marxista y sindicalista. La izquierda en general tiene un problema con la libertad, un problema relacionado con su propia esencia y que nunca resolverá. Esta izquierda de raíz totalitaria y violenta que nunca se ha disculpado por haber sido comunista y haber justificado, en muchos momentos de su historia, los atroces crímenes que la ideología más sanguinaria de todos los tiempos ha causado.
Los sindicatos no son demócratas, no creen en la democracia ni en la libertad, y su estrategia es siempre el chantaje y la amenaza, la preventa y el privilegio: entre liberados sindicales, líderes sindicalistas, despidos improcedentes -todos lo acaban siendo-, días personales y bajas laborales fraudulentas, en España hay en estos momentos centenares y miles de caraduras que viven del cuento sindicalista sin rubor ni vergüenza ni ninguna consideración por la gente que más sufre. Ellos, a lo suyo. Y si revienta el planeta, que reviente.
Algún día nos libraremos de esta mordaza, de este estado de excepción moral con que nos chulean y nos atrasan los sindicatos. Algún día terminarán estos humillantes días de toque de queda civil, de asamblea y comité. Algún día seremos hombres libres, sin cadenas ni convenios y será lo más normal del mundo que todo el mundo cobre por lo que produzca. Y punto.
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