Nadal ha demostrado que su ambición deportiva no tiene límites. Pero al mismo tiempo es percibido por la opinión pública como alguien ejemplar, el campeón del pueblo, que destaca por su humanidad y sus cualidades personales, que conecta con la gente y que jamás se ha envanecido por su fama, algo tan difícil de conseguir como su brillante historial deportivo. Nuestros lectores le votaron como el personaje más querido de España, un afecto que se extiende fuera de nuestras fronteras como se demostró ayer en Times Square.
Nadal ha entrado ya en el selecto club de los siete tenistas que han logrado ganar los cuatro torneos del Grand Slam (Roland Garros, Wimbledon, US Open y Australia). Ha vencido nueve veces en esas grandes pistas, con un currículum sólo superado por campeones como Borg, Laver, Emerson, Sampras y Federer, a la cabeza con 16 trofeos del Grand Slam. Pero él todavía es joven y puede llegar a superar a todos ellos.
Nadal ha encadenado este año victorias en París, Londres y Nueva York, lo que le ha llevado al número uno de la ATP. Nadie lo hubiera previsto en otoño pasado, cuando no estaba todavía recuperado de su lesión en la rodilla, afrontaba problemas personales y había sufrido una racha de resultados adversos ante tenistas inferiores. Pero si algo caracteriza la personalidad de Nadal es su voluntad de superación. Ha emergido de esta crisis jugando su mejor tenis y con una moral que encoge a sus contrarios. Ésta es probablemente su cualidad más notable: su determinación por ganar que le diferencia de otros jugadores con similar calidad técnica, pero que no le igualan en un extraordinario cáracter que le hace crecerse en las dificultades.
El tenis es uno de los deportes que más ha evolucionado. Es un juego muy exigente y extremadamente profesionalizado. Sólo se puede ganar si se está al 100% física y mentalmente y se es capaz de mantener la tensión en competiciones donde se miden los mejores jugadores del mundo. Por ello, hay tenistas que brillan unos pocos años y luego se desploman en el ranking.
Nadal ha logrado superar a un inconmensurable Roger Federer, contra todo pronóstico y demostrando que no hay nada imposible. Nadal es el mejor de una generación de tenistas que ha ganado cuatro Copa Davis en una década, lo que ha convertido a nuestro país en la principal potencia del mundo en este deporte. Además, siempre se ha enorgullecido de ser español y fue un seguidor más de la selección en el Mundial de Sudáfrica.
Esos triunfos colectivos naturalmente no son una mera casualidad. Obedecen al buen trabajo que se ha hecho desde las escuelas de tenis de base que proliferan por toda nuestra geografía y que han popularizado este deporte, antaño reservado exclusivamente a las élites.
Los lectores de nuestra edición electrónica valoraban ayer la conquista de los cuatro torneos de Gran Slam como la mayor hazaña deportiva española, por delante de la victoria en el Mundial de Fútbol y los cinco tours de Indurain. Resulta difícil establecer comparaciones, máxime teniendo en cuenta que el éxito en equipo es muy distinto del individual, pero estamos convencidos de que Rafael Nadal es ya el mejor deportista de nuestra historia. Un ejemplo para nuestros jóvenes, que se pueden mirar en el mejor de los espejos.
El Mundo
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