sábado, 13 de febrero de 2010

Una trampa saducea para Rajoy

Juan Manuel de Prada

A Jesús le venían a cada poco con preguntas taimadas, con la intención de que errase en su respuesta; lo que parecía inevitable, porque en la disyuntiva que tales preguntas planteaban se agazapaba siempre el error, no importa cuál fuese la opción elegida. A estas preguntas taimadas las llamamos «trampas saduceas», aunque en desagravio de los saduceos haya que reconocer que no fueron los únicos que emplearon esta añagaza; y no la emplearon tanto, desde luego, como los fariseos, incansables en la maquinación de trampas dialécticas que ponían a Jesús en el brete de infringir la ley de Moisés, utilizando como excusa lo mismo a la mujer adúltera que el tributo del César. Jesús esquivaba estas trampas saliéndose, como diríamos hoy, por la tangente; o sea, abriendo un nuevo camino inesperado entre los dos atolladeros que le planteaba la disyuntiva. Y así dejaba a saduceos y fariseos con tres palmos de narices.
A Rajoy también le vienen con trampas saduceas de lo más peregrino y avieso; pero Rajoy, en lugar de salirse por un camino inesperado, empieza a «galleguear», que es tanto como si Jesús, a la pregunta sobre si convenía apedrear a la mujer adúltera, se hubiera limitado a escribir con un dedo en la tierra; o como si, a la pregunta sobre el tributo del César, se hubiera contentado con manosear un denario. El «gallegueo» de Rajoy exaspera a la gente, porque revela estolidez y parálisis mental; o, lo que aún es peor, afectación de una sabiduría que no se tiene, disfrazada de gestos esotéricos. Ante una trampa saducea hay que tomarse un tiempo prudencial para responder, escribiendo con un dedo en el polvo o manoseando un denario; pero después hay que dar una respuesta que deje al tramposo con tres palmos de narices, si no se quiere chapotear en su mismo barro y quedarse allí atollado para siempre.
La última trampa saducea que sus adversarios (y los tontos útiles que hacen de correveidiles de sus adversarios) le han tendido a Rajoy consiste en exhortarlo a alcanzar un «pacto de Estado» que combata la crisis económica. Pues si Rajoy se niega a ese pacto, sus adversarios podrán distraer a la masa cretinizada de los estragos que su irresponsabilidad ha perpetrado, acusándolo de insensibilidad y de querer sacar tajada de la crisis; y si Rajoy se aviene a ese pacto, sus adversarios podrán darle el abrazo del oso, haciéndolo copartícipe de esos estragos, de tal modo que en las próximas elecciones puedan decir a la masa cretinizada: «Es verdad que estáis en la miseria; pero es una miseria en la que Rajoy ha colaborado». Conque Rajoy tiene que esquivar esa trampa saducea; y para esquivarla tiene que abrir un nuevo camino inesperado que le permita evitar la disyuntiva. Para lo cual debe recordar, en primer lugar, que los únicos pactos que Zapatero ha promovido durante seis años son los pactos que condenaban a su partido a las tinieblas exteriores donde se recluye a los apestados; y que si ahora quienes antes lo trataban como a un apestado le piden árnica es porque quieren arrastrarlo consigo a la tumba. En recordar esto Rajoy no debe emplear más tiempo del que se emplea en escribir con un dedo en el polvo; y, a continuación, debe erguirse y salir por un camino inesperado, debe proponer con brío un programa de gobierno que sea una refutación en toda regla de las irresponsabilidades que han causado tantos estragos (y no sólo, por cierto, de las irresponsabilidades en materia económica, sino de todas las que nos han conducido a un estado de miseria y postración moral). Y esa propuesta briosa, que es también un pacto, debe brindársela a quienes, en unas elecciones, pueden permitirle que la lleve a cabo. Ese es el único pacto que la sociedad española reclama de Rajoy; y el único pacto que debe tratar de alcanzar «cuanto antes». Lo demás son trampas saduceas, las proponga el rey Agamenón o su porquero.

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