Isabel San Sebastián
LAS INFORMACIONES que ha publicado EL MUNDO sobre los explosivos empleados (y no empleados) en los atentados del 11-M son de tal magnitud que habrían debido provocar un terremoto en la opinión pública. Es lo que habría ocurrido en cualquier país democrático de nuestro entorno, sensible a la credibilidad de sus instituciones. Nosotros, sin embargo, somos tan permeables al engaño, tan dóciles ante el poder, que no hemos reaccionado. Es más cómodo vivir en la ignorancia.
Mediante testimonios como el del perito Antonio Iglesias y pruebas irrefutables en formato vídeo, emitidas por VEO 7, este periódico ha demostrado que la versión oficial que se nos vendió respecto de la masacre es falsa o incompleta. Que lo que estalló en los trenes de la muerte no fue lo que nos dijeron o al menos no sólo eso. Que la sentencia emitida tras el juicio ignoró hechos de incuestionable relevancia, lo que arroja sobre ella un manto de duda espesa. ¿Han temblado los cimientos del sistema? No. ¿Se han elevado gritos exigiendo una nueva investigación desde el conjunto de los medios de comunicación? Tampoco. Únicamente voces aisladas de la Cope y Telemadrid, algún digital y un puñado de tertulianos parecemos preocupados por el secreto inconfesable que esconde esta laguna Estigia.
¿Qué le pasa a este país? (Incluido el que imparte lecciones de periodismo fetén). ¿Por qué da tanto miedo la verdad?
Lo más sencillo es constatar que a quienes se empeñan en remover escombros ensangrentados, como la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M o el Foro de Ermua, se les condena a la inanición mediante el recorte de subvenciones, mientras los mansos, los conformistas, los que renuncian a personarse en causas como la del chivatazo a ETA, gozan de la generosidad del bien surtido pesebre público. Es una explicación plausible, aunque insuficiente. Lo mismo ocurre con el argumento de la vieja rivalidad entre medios, que justificaría el que ciertos periódicos o televisiones renunciaran a entrar a una historia destapada por este grupo. Sí, pero no.
La realidad es más profunda y tiene que ver con la ceguera voluntaria, que es la peor forma de discapacidad visual. Hay misterios tan aterradores, escenarios tan incompatibles con la paz del espíritu, que es mucho mejor desconocerlos. Por eso las verdades oficiales son mucho más digeribles que la verdad a secas. Pero es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, la que garantiza que se haga justicia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario