sábado, 27 de febrero de 2010

Los Montilla

Salvador Sostres

Seguramente no hay otro caso en la vida pública española de tanta hipocresía como el de los Montilla. La farsa afecta, por activa o por pasiva, a toda la familia. La primera hipocresía es vivir, como político, de la propaganda de la escuela pública, para luego llevar a tus hijos al Colegio Alemán, uno de los privados más caros de Cataluña. Cabe recordar que cuando todavía no era presidente, Montilla optó por el colegio público para los dos hijos de su primer matrimonio y el resultado fue tan nefasto -sin ir más lejos, Arnau Montilla fue condenado en abril de 2008 a pagar una indemnización de 270 euros más una multa de otros 30 por romper a patadas una cabina telefónica estando bajo los efectos de una severa intoxicación etílica- que no quiso volver a repetirlo con los trillizos que tuvo con su actual esposa, Anna Hernández Bonancia, concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Sant Just Desvern y 14 cargos más. La mansión donde viven los Montilla no es que sea, digamos, demasiado socialista.

Lo del catalán con los Montilla ha sido siempre un drama. El padre nunca se molestó en aprenderlo y sólo cuando ocupó la Presidencia de la Generalitat, corrió a hacer cursillos acelerados. Que, de todos modos, de poco le sirven porque cuando habla el catalán lo destroza, y cuando asiste a algún acto oficial donde tiene que escribir alguna dedicatoria, recurre a una lamentable chuleta que le preparan siempre en un papelito amarillo porque el pobre es incapaz de hacerlo por su cuenta sin cometer faltas de ortografía. En descargo del catalán tengo que decir que mucho me temo que perpetraría también todo tipo de errores escribiendo en castellano. Sólo hace falta ver cómo lo habla.

Ya hace tiempo que se sabe que sus tres hijos más pequeños tampoco aprenden catalán. La señora Montilla lo ha justificado diciendo que prefiere que sus hijos sepan alemán. Estas declaraciones han causado sorpresa y se ha querido ver en ellas una contradicción con la política lingüística del padre. Pero si uno conoce a los Montilla, la única contradicción -o, más bien, oxímoron- es esta insólita relación entre un funcionario prealfabeto como Montilla y un libro.

Por lo demás, los Montilla han sido siempre unos cínicos. Explotando hasta el rubor el discurso obrerista, practican una acomodada vida de caciques. Presumen de catalanistas después de haberse pasado toda la vida con el discurso del inadaptado de barriada. El aprecio que Montilla le tiene al catalán se comprende rápidamente viendo cómo lo escribe y lo habla después de más de 40 años viviendo en Cataluña.

Montilla no tiene principios: tiene una única finalidad, que es acumular poder. Por ocuparlo ha pagado el precio de degradar la Generalitat dándole la cartera de Interior a un antisistema comunista como Joan Saura, que en cada ocasión que ha tenido ha demostrado el terrible daño político y moral que pueden llegar a hacer la ignorancia y la incompetencia cuando van de la mano; y comprando a un alocado vanidoso como Carod-Rovira, enviándole a abrir onerosas y absurdas embajadas catalanas por todo el mundo.

Que exija a los funcionarios un nivel de catalán que él no tiene es una indecencia más de un tipo que ha aceptado ser presidente sin ganar las elecciones. Que su mujer prefiera que sus hijos sepan alemán o cualquier otro idioma antes que catalán, y que también lo prefiera Montilla, no es ninguna novedad.

Los Montilla han sentido siempre un profundo desprecio por Cataluña, y si ahora disimulan aprobando leyes del cine es porque la avaricia de este funcionario ex maoísta es previa a cualquier ideología, y él y su esposa han demostrado que por el poder -y por todo lo que el poder conlleva- están dispuestos a hacer lo que sea necesario: presionar, perseguir, manipular, silenciar, intimidar, vender y comprar a quien sea, sin ningún tipo de límite ni piedad.

Vía epesimo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que cinismo manejan los políticos catalanes.

¿Cómo es posible que los catalanes normales no se den cuenta de que les toman el pelo?