José García Domínguez
Es fama que cuando Roosevelt, el inquilino más canónicamente progresista que jamás haya ocupado la Casa Blanca, fue interrogado acerca de por qué agasajaba con tan grandes honores a un hijo de puta como Tacho Somoza, ya por entonces dictador de Nicaragua, el precursor del New Deal replicó: "Sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". El suyo era el papá del célebre Tachito, quien luego heredaría la finca; y el de la izquierda española toda, encabezada por Zapatero, resulta ser Fidel Castro y su genoma adyacente, que anda en lo mismo. De ahí ese obsceno silencio del presidente mientras vadea la muerte anunciada de Orlando Zapata. Enésima prueba, por lo demás, del muy exquisito minimalismo ético que retrata a la socialdemocracia realmente existente.
Una halitosis moral, ésa tan suya, más repulsiva aún que la de la paleoizquierda por cuanto ni siquiera pretende camuflarse bajo la mentira. Al cabo, es eso lo que hace peores a nuestros cínicos buenistas que a aquellos viejos escolásticos, los exegetas últimos de la vulgata leninista. Y es que, cuadros patológicos al margen, el grueso de la izquierda admite sin reparo mayor la esencia liberticida del régimen. No discuten los hechos. Ya no. Lo que niegan es su legitimidad misma, la de los acontecimientos reales, empíricos, fácticos, contrastables, con tal de refutar su supremo dogma. A saber, el prejuicio que ordena la indubitada superioridad moral de la izquierda en todo tiempo, lugar y circunstancia.
Así, al presidente, igual que a su propio Garzón, le consta que los criminales comunistas que empujaron a la muerte a Zapata son los mismos que han exterminado a más de diecisiete mil cubanos. No obstante, ni el uno pediría jamás la extradición del verdugo, ni el otro dejará de abrazarlo en cuanto la ocasión lo propicie. Hace mucho tiempo que dejaron de creer en él, sí. Asesina, encarcela, tortura, acosa, espía y persigue, sí. Les consta. Lo saben perfectamente. Ellos mismos difunden que ha cometido las mayores violaciones de los derechos humanos. La consecuencia: continúan deparándole idéntica complicidad diplomática, pareja inmunidad política y similar cobertura estratégica que el primer día. ¿O acaso sólo por unos cuantos cadáveres en el armario iba a dejar de ser su hijo de puta?
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