Fue detenido al terminar la Guerra Civil, encerrado y condenado a muerte. Tuvo la suerte de que, al ser menor de edad durante la guerra, la pena capital le fue conmutada por prisión vitalicia en 1945. Pero, 16 años más tarde, la diosa fortuna le vino a visitar y, gracias a un decreto que le vino que ni al pelo, salió en libertad. Después emigró a Francia y regresó a España sin que nadie le volviese a importunar en 1976.
En ese punto desapareció de la Historia. Hoy, con 90 años recién cumplidos, es el nuevo héroe de la memoria histórica que la izquierda ha encontrado para reabrir unas heridas que el tiempo había cerrado hace ya mucho tiempo. Alabado por todos, tanto que hasta el PP avala su candidatura al Príncipe de Asturias. Recibe premios por doquier. Hace sólo dos meses el ministro de Trabajo, el pacense Celestino Corbacho, le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
Y no ha sido el único. Este mismo año, el 20 de enero, Patxi López le entregó el premio René Cassin de Derechos Humanos, y tres días más tarde, la Fundación Abogados de Atocha le condecoró con el premio que lleva su nombre. Le falta el Príncipe de Asturias, que, con tan buenos padrinos, llegará más pronto que tarde. Luego es de esperar que sus partidarios pidan el Nobel de la Paz, qué menos.
Pero, ¿fue realmente Fernando Macarro ese espíritu libre y combativo que nos vende la propaganda comunista?, ¿estuvo en la cárcel por motivos políticos? El semanario Alba, en un reportaje firmado por José Barros, ha profundizado en la biografía del último represaliado del PCE, un partido que, a falta de nuevos mitos que rejuvenezcan su ajado politburó, se agarra a lo que hay, aunque lo que hay sea manifiestamente mejorable.
Asesino político en Alcalá de Henares
Tal es el caso de Fernando Macarro, alias Marcos Ana. Su historia verdadera durante la guerra, que el protagonista sabe esconder muy bien en la edulcorada biografía de su página web, nada tiene que ver con la de un héroe y mucho, en cambio, con la de un matón político. José Barros ha descubierto que fue el responsable de, al menos, tres asesinatos en Alcalá de Henares durante la guerra. Se conoce incluso la filiación y oficio de los finados.
Como miembro del Batallón Libertad, un grupo paramilitar de las Juventudes Socialistas Unificadas de Alcalá de Henares, “tomó parte directa en el asesinato” de Marcial Plaza Delgado, Amadeo Martín acuña y Agustín Rosado. Los tres en fechas diferentes y a sangre fría. El “crimen” de Marcial Plaza era ser sacerdote. Amadeo Martín, un cartero de sólo 24 años, cometió el revolucionario error de militar en Acción Popular. Agustín Rosado, un sencillo campesino de la comarca, ni era cura ni estaba metido en política, pero iba a misa regularmente.
Barros relata con detalle en la versión de papel de Alba cómo fueron las muertes a partir de testimonios de las familias, que siguieron viviendo en Alcalá de Henares tras el conflicto. Tal vez por eso el nombre de Macarro no suene demasiado bien en la ciudad complutense. A pesar de su reciente ascenso al olimpo de la memoria, nunca ha dado un recital de poesía ni ha sido requerido para leer el pregón de las fiestas de Alcalá. Por algo será.
Fuente: Libertad digital
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