martes, 13 de abril de 2010

Rubarcada

Luis del Pino

"El PP defiende a sus repugnantes". Así ha contestado Rubalcaba a las palabras de Francisco Alvarez Cascos denunciando la existencia de una camarilla policial dedicada a fabricar pruebas falsas en el caso Gurtel.

Supongo que, con lo de "repugnantes", se refiere Rubalcaba a aquellos miembros del PP que están imputados en las investigaciones relacionadas con la presunta trama de corrupción dirigida por Correa. Es decir, los "repugnantes" del PP serían, a ojos de Rubalcaba, el bidimitido tesorero Bárcenas; ese Sepúlveda que según Cospedal sigue siendo trabajador del partido y Merino, amén de varios alcaldes de diversos pueblos madrileños.

E imagino que, si el señor Rubalcaba los califica de"repugantes", es porque le producen repugnancia.

Finalmente, deduzco que si al ministro de Interior le producen repugnancia esos señores no es por motivos personales, ni porque sean del PP (ya que entonces le causaría repugnancia todo miembro del partido), ni porque se trate de personas poco aseadas o extremadamente feas, sino porque su presunta implicación en una trama de corrupción es algo que le repugna.

De donde concluyo que Rubalcaba no podrá sino experimentar repugnancia ante la sola presencia de alguien presuntamente implicado en una trama de corrupción.

Lo cual les confieso que me ha dejado hondamente abatido. Porque cualquiera que sienta una mínima empatía para con el prójimo no podrá sino sentirse conmovido, pensando en lo enormemente dura que ha tenido que ser la vida de este hombre.

¿Puede alguien imaginar lo que sufriría el señor Rubalcaba entre 1983, fecha en la que le nombran Secretario de Estado de Educación en el primer gobierno de Felipe González, y su salida del Ministerio de la Presidencia en 1996? ¡Trece años, trece, obligado a formar parte de un Gobierno bajo el que la corrupción, esa cosa que tanta repugnancia le produce a Rubalcaba, se convirtió en un mal endémico en nuestro país, con nuevas revelaciones casi a diario que, cuando no afectaban a un ministro, afectaban a un senador o a un compañero secretario de estado y, cuando no, al propio gobernador del Banco de España, al director de la Guardia Civil o a diversos dirigentes de su propio partido!

¿Se imaginan lo que es tener que estar venciendo la repugnancia durante trece largos años?

Y lo verdaderamente impresionante, en el sentido más emotivo del término, no es que el señor Rubalcaba se viera obligado a vencer su profunda repugnancia. ¡Es que además lo hizo dando muestras de una entereza que sólo está al alcance de muy pocas personas! Porque jamás en esos trece años se escapó de su boca una queja; jamás le oímos confesar que la repugnancia le ahogaba; nunca flaqueó, ni dejó que el asco le distrajera de las misiones encomendadas. O sea: encima de sufrir, supo hacerlo en silencio.

¿Se dan ustedes cuenta de por qué estoy conmovido? ¿Se imaginan ustedes el ímprobo esfuerzo con que nuestro actual ministro de Interior vencería cada mañana, a lo largo de esos trece años, las intensas arcadas que forzosamente le asaltarían, al verificar en los periódicos la ración diaria de corruptelas y chanchulletes que afectaban a tantos compañeros de partido a los que él quería?

¿Cómo quieren que no le quiera y le admire yo a él? Nadie como Rubalcaba llevaría el sentido del deber hasta tan lejos.

Otros, más pusilánimes, habrían sido incapaces de ocultar sus arcadas trece largos años y hubieran dado el espectáculo.

Y eso sí que hubiera sido repugnante, ¿verdad?

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