Vista general de los restos de Pollentia
Las primeras noticias sobre Pollentia databan del siglo XVII. Desde entonces, un par de hallazgos casuales y otros tantos estudios sobre la zona fueron lo único aportado a la Historia de la arqueología. Fue en 1923 cuando el erudito Gabriel Llabrés Quintana obtuvo el permiso del Estado y se convirtió en el director de las primeras excavaciones en el área. Una ciudad romana hoy icono del patrimonio mallorquín.
Nació en Binissalem en 1858 en el seno de una familia convencida de que la mejor herencia que podía dejarle era una buena formación. Y así se marchó primero a Barcelona donde estudió Derecho y Filosofía y después a Madrid donde obtuvo la licenciatura de Filosofía y Letras. Soñaba, dicen, con ser catedrático universitario, pero su trayectoria acabaría yendo por otros derroteros. La educación, sería la excusa pero la Historia sería su velada pasión.
En aquel intento de hacer carrera como historiador, ganó por oposición una plaza de ayudante del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Primero le destinaron a Teruel y luego a Barcelona. Después, se convirtió en profesor auxiliar en Palma y durante doce años se dedicó a suplir las faltas y vacantes de todas las asignaturas de Letras.
La frustración docente crecía al mismo tiempo que se alimentaba de la erudición y la investigación. Corría 1885 cuando creó el Butlleí de la Societat Arqueològica Lul·liana, una publicación fundamental para divulgar la Historia de Mallorca. La institución había nacido sólo cinco años antes.
Durante la década y media que dirigió el Boletín, Llabrés Quintana se preocupó de contar con la colaboración de grandes académicos e historiadores como Miquel dels Sants Oliver o Estanislao Aguiló, a quien en 1917, sucedió como presidente de la Societat tras su muerte.
Pasó por Mahón, Cáceres y Huesca. Durante su camino docente reactivó, además, museos y bibliotecas. En 1913 pudo regresar finalmente a Mallorca ya como catedrático de Geografía e Historia del Instituto General y Técnico. Sus contactos en el sector también habían surtido efecto.
Cuentan que los últimos años de Gabriel Llabrés fueron los más gratificantes profesionalmente. Ya era una de las máximas autoridades en temas culturales e históricos cuando, como delegado en Baleares de la Real Academia de Bellas Artes, se convirtió en comisionado de las excavaciones arqueológicas en Mallorca. Cargo que le permitió excavar la ciudad romana de Pollentia.
En agosto de 1923 el Estado le concedía el primer permiso oficial para las excavaciones además de una subvención de 5.000 pesetas. Con la colaboración de Rafael Isasi –y sus dotes como dibujante y topógrafo– estableció los rasgos principales de la ciudad: las murallas, el foro, el teatro. Los estudios demostraban que Pollentia había sido una ciudad perfectamente planificada según las reglas urbanísticas romanas. Unos parámetros que se descubrieron en este yacimiento y que después se aplicaron a otras ciudades del mismo periodo.
Las primeras noticias de Pollentia databan de finales del siglo XVII y hacían referencia, en su mayoría, a hallazgos casuales. Fue dos siglos después cuando aparecieron los primeros estudios realizados por autores como Antoni Furió y Joaquín María Bover. En el siglo XX se sistematizaron las excavaciones. El propio Llabrés dirigió otras dos campañas en 1926 y 1927.
Importantes hallazgos arqueológicos siguieron a aquellos primeros y casuales: una colección de pequeñas figuras de bronce y la cabeza de un caballo que debía de formar parte de una gran estatuta ecuestre. Piezas que generaron cierta polémica ya que la legislación vigente hizo que buena parte del conjunto pasara al Museo Arqueológico Nacional. Pese a que la arqueología no había alcanzado aún los parámetros científicos actuales, se considera que el resultado de la campaña fue espectacular.
La muerte de Llabrés Quintana dejó a Pollentia en un stand by que recuperó su hijo, Joan Llabrés Bernel, hasta el estallido de la Guerra Civil. Tras el parón bélico, el propio Rafael Isasi fue el encargado de retomarlas.
Pese a que quizá aún añoraba esa cátedra universitaria que no pudo alcanzar, Llabrés Quintana murió con la idea de haber podido hacer una gran aportación al conocimiento y la divulgación de la Historia de Mallorca. Su Pollentia prácticamente virgen se convertiría, con el tiempo, en icono del patrimonio local. Cuando en 1935 el Ayuntamiento le declaró Hijo Ilustre de Palma tenía, además, un legado documental con cerca de 100.000 volúmenes que ya había donado "en utilidad de la cultura popular y de los habitantes".
Baleàpolis (El Mundo)
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