domingo, 11 de abril de 2010

«Gurtélido pardinus», et ál.

Ángela VALLVEY


El «gurtélido pardinus», también llamado «gürtel ibérico», ataca de nuevo. Tras los «roldánidos climatéricus», la nueva especie, que en realidad es más vieja que cantar, sigue el ritmo de una sucesión ecológica por la que trasiegan diversos «descomponedores» del ecosistema democrático. Pequeños mamíferos carroñeros de apariencia astuta que emiten sonidos no articulados de una cursilería que es la vergüenza del reino animal. Sus zarpas son más largas que la hipoteca de un austero mileurista. Corona la envergadura de su espinazo con un minúsculo rabo, corto aunque más peludo que las extensiones en la coleta de una estrella de la tele, que suele mantener erguido o cabizbajo en momentos de peligro o excitación, según le salga bien, o no, el proyecto de parque temático dedicado a «Las maravillas del útero de las gorilas occidentales de las tierras bajas», aeropuerto bien situado en mitad de una zona semidesértica, mega-museo-híper-moderno estilo «miren cuánto hemos avanzado desde que murió Franco», etc. Eso sí: todo con cargo al dinero del honrado contribuyente. Esta especie es muy simpátrica (la palabreja no es una errata: define una manera de especiación). Muy popular (dicho sin segundas) en el ecosistema hispánico. Y ya se significó desde el Pleistoceno por su fastuosa pelambre, de la que destacan los engominados bigotes. El «gurtélido pardinus» es un carnívoro que consume anátidas de restaurante pijo y ungulados con los dos dedos anillados en Cartier. Sus costumbres son nómadas, pero vive en sociedad. Siempre que sea una Sociedad Anónima. Es de hábitos crepusculares, según los últimos estudios realizados por expertos de la radiotelemetría patria en los bares de alterne, putisferias, corruptilandias y otras biosferas bacterianas de la política y la alta suciedad a lo largo de muchísimas millas marinas cuadradas (pronto urbanizables). No se trata de una especie protegida; al contrario: su rápida proliferación hace temer por el equilibrio ecológico de nuestro hábitat, donde también residen pacíficos y cabales contribuyentes, presas fáciles que cargan con su declaración impoluta del IVA bajo el brazo y el anca marcada a yerro vivo con el sello de la Agencia Tributaria; gente decente (qué palabra tan hermosa, dentro de poco no quedará nadie sobre quien poder aplicarla) que trabaja duramente por conseguir un puñado de euros con los que sacar adelante a su familia mientras contempla estupefacta cómo los manguis no tienen problemas para obtener millones y su única incomodidad reside en preguntar a sus lacayos dónde han aparcado el yate. La distribución de la especie gurtélida es claramente progresiva y anda pidiendo a gritos «otro» retiro pagado por el estado: esta vez en la cárcel. ¿Qué valientes acometerán la tarea de la desinsectación y desinfección de todo gurtélido, o roldánido, que se desenvuelva en el hábitat de la política española, ebrio de gomina –producto que debe colocar más que esnifar pegamento en una bolsa: no hay más que ver la cara que lucen los adictos–, con sus modos horteras y esos relojes que servirían para pagar la deuda externa de Níger? Y…, ¡¿a qué están esperando?!

Via Larazon

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