Vista del Pla de Sant Jordi de nuevo cubierto de agua tras un temporal y con los restos de un viejo molino.| A.V.
El retablo de Sant Jordi de Pere Niçart tiene algo de profético. Dicen que ese molino que aparece retratado cerca del puerto de Palma es el primero del que hay constancia –aunque sea pictórica– en Mallorca. Cuatro siglos después, llegó el ingeniero holandés Paul Bouvy y plantó otro, curiosamente en el Pla de Sant Jordi. El suyo, el primero de viento con finalidad hidráulica de la Isla.
Nació en Amsterdam en 1807 y antes de darse cuenta, se graduaba como lugarteniente en el Colegio de Artillería de la ciudad y se incorporaba al ejército holandés. El levantamiento de los católicos belgas contra los holandeses en 1831 le pilló en Bélgica obligándole a participar activamente en la guerra. Sin embargo, su ideología había evolucionado hacia lo liberal y, en plena batalla, decidió pasarse al ejército enemigo.
Ya no podía aspirar a un mando en el ejército belga y tampoco volver a su país de nacimiento. En medio de aquella incertidumbre, ingresó en la Escuela de Minería de Lieja donde se convirtió en ingeniero en 1835. Aquel mismo año se establecía en Barcelona y poco después llegaba a Mallorca contratado por la Compañía Catalana de Industria y Navegación. Hasta 1839 dirigiría la explotación de unas minas de carbón en Binissalem. Ese mismo año conoció al que sería su compañero de investigaciones, ruinas y fortunas: el geólogo francés Paul Verniere.
En 1845, la pareja de ingenieros emprendió su gran empresa: la desecación del humedal del Pla de Sant Jordi. La zona no tenía más utilidad que la caza menor y, por contra, era fuente de insalubridad con el azote endémico de la malaria. Una situación que el propio Joan Binimelis refirió en el siglo XVI. La laguna –un antiguo golfo desecado por un movimiento en la costa– estaba dividida en tres estanques pantanosos: S’Estany Blanc, el Botxar y la Bassa d’en Vidrier.
El proyecto de 1767 de crear una albufera a imitación de la de Alcúdia fue la primera iniciativa para solucionar el problema, pero la falta de agua dulce durante el verano hizo desistir. En 1770 se planteó ya el saneamiento de los terrenos y permitir el cultivo de trigo. La gran inundación de Sant Jordi de 1814 fue la que empujó a la creación de la primera acequia apenas un año después.
El 31 de marzo de 1846 se constituía la sociedad anónima Compañía de desecación del Prat de Sant Jordi. Paul Bouvy se comprometía a desaguar la zona y dejarla apta para el cultivo sin que la humedad le afectara. Como contrapartida, preveía la cesión de terrenos en concepto de honorarios además de la explotación agrícola común. El ingeniero se reservaba el 5% para sacar las contribuciones impuestas por el gobierno a los vecinos afectados.
Su proyecto consistía en un sistema de canalizaciones que comunicó los estanques con el mar en 1847. Además, el holandés promovió la instalación de un molino de viento, con rueda de paletas, para ayudar al desagüe. El primero de Mallorca con finalidad hidráulica y comenzó a funcionar el 25 de febrero. «Fue entonces cuando comenzó el verdadero aprovechamiento de los molinos de viento para la extracción de agua. Tras el de Bouvy el auge fue espectacular», afirma el ingeniero y presidente de la Associació Amics dels Molins de Mallorca, José Pascual Torrella, en su estudio Enginyeria, turisme i sostenibilitat: l’exemple del projecte Molins de Campos.
El nivel de agua de los estanques bajó quince palmos. En los terrenos se cultivó trigo, cáñamo y hortalizas. Y las obras pudieron, incluso, con la gran inundación de 1849. Con aquel éxito bajo el brazo, Bouvy y Verniere intentaron llevar su proyecto a la Albufera de Alcudia pero el permiso no les fue concedido y pronto desistieron. Aquel fracaso se sumaba al de su propuesta para la construcción de un ferrocarril de vía estrecha con 105 kilómetros que plasmó en la obra Camino de hierro de tercera clase entre Palma, Inca, Manacor y Felanitx.
Paul Bouvy se dedicó a explotar las fincas de regadío y participar como socio en proyectos de innovación tecnológica. Al mismo tiempo, el abandono y el descuido de las obras impidió la eficacia en el Pla de Sant Jordi. Los rebaños pastaban en la zona y destrozaban los taludes. Los materiales que arrastraban las aguas embozaban las acequias y al final del canal principal se formaba una barrera de arena que reducía su tamaño.
Aún hoy –casi un siglo y medio después de su muerte por pleuresia en Barcelona– cuando las lluvias vuelven a inundar el Pla de Sant Jordi, hay quien invoca a Bouvy como quien reza a Eolo para esperar buen viento en la barca. Su sistema de drenaje falló pero su molino instauró uno de los elementos indispensables del skyline del campo mallorquín.
Fuente Baleàpolis El Mundo
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