Profesor de Filosofía
Me resisto a denominar “pacto” a lo que no ha sido sino un intento más de blindar el sistema que nos ha traído a un presente educativo insostenible. Cuando se anunció a bombo y platillo la promoción de un pacto por la educación pudimos ver cómo aparecieron series de artículos sobre análisis, diagnóstico, pronóstico y terapia. Hubo quien se lo tomó en serio, a pesar de lo sospechoso de la oportunidad: en plena crisis económica desbocada. Nunca es mal momento si la dicha es buena, se dirían. Pero cuando, en medio del fragor de las propuestas, el ministro del ramo educativo se columpia dejando caer que lo necesario es hacer el aprendizaje más ameno, entonces ya no cabía ninguna duda: blindar los principios educativos que desde la LOGSE inspiran el sistema educativo hasta esta LOE.
La manera de trabajar el pomposamente denominado “pacto” ya acabó de arrumbar cualquier esperanza de una regeneración educativa. Que el ministro presentara un borrador a considerar separadamente por partidos, sindicatos y asociaciones era indicio inequívoco de que se buscaba un acuerdo de mínimos sobre la base de lo ya existente. El único que no se tomó en serio el sentido del pacto fue el ministerio. Así, hemos visto a cada uno de los sectores tirando hacia lo suyo, dando buena prueba de las causas por las que hemos llegado a esta situación de descomposición.
¿Ahora qué toca? Vender una imagen de cordialidad y de tesón, que es como sorprendentemente presentan los medios al ministro, cuando es el responsable político de esta patraña que significa la pretensión de hacer pasar un apaño de momento por un pacto de Estado.
Verdaderamente, la educación sólo parece importar a un grupo más o menos nutrido de expertos; a la gran mayoría le importa el tener recogidos a niños y adolescentes, que no anden por la calle, y el gobierno anda por la ideología. Con estos mimbres me temo que eso de sentarse a trabajar juntos con seriedad y rigor los análisis, los objetivos, los principios de la educación y actuar en consecuencia, es algo que no veremos mientras esté en marcha la centrifugadora ideológica. Qué tiempos.
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