sábado, 26 de diciembre de 2009

Zapatero es el problema


Mal que le pese al PSOE, Rajoy representa a más de diez millones de votantes.

Rebosantes de sentido común y cargadas de sensatez fueron las palabras que como cada año, el Rey Don Juan Carlos dirigió en la noche del pasado 24 de diciembre a los españoles. Invitan a una serena reflexión en torno al futuro de nuestro país. No es la primera ocasión en que Su Majestad exhorta a partidos políticos y ciudadanos a que “superen las divisiones” y trabajen para que “prime la fraternidad sobre las desavenencias, la confianza sobre el recelo, el bien colectivo sobre los egoísmos particulares”. Sin embargo, este año quiso ir más allá en su discurso y pidió expresamente “mucho sentido de Estado, tanto a la hora de gobernar --dijo- como de ejercer la oposición”.

Tal y como desvela hoy nuestro periódico, Don Juan Carlos ha intentado hasta en cuatro ocasiones sellar un pacto de Estado entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición. En vano. Ninguno de los discretos intentos del Rey, (todos ellos a puerta cerrada y sin apenas repercusión mediática), ha culminado en acuerdo solvente alguno, debido en gran medida al sectarismo que viene caracterizando la acción política del Ejecutivo desde la llegada al poder de José Luis Rodríguez Zapatero.

Ni en materia económica, ni el ámbito de la política exterior ni mucho menos en lo concerniente a los supuestos derechos sociales de los ciudadanos, encarnados por obra y gracia del Gobierno en la aprobación de leyes tan polémicas como la Ley del Matrimonio Homosexual, la reforma de la Ley del Aborto o la mal llamada Ley de Libertad Religiosa, ha buscado nunca el partido en el poder el más mínimo consenso con los populares, representantes, por cierto, de más de diez millones de votantes. Muy al contrario. El Gobierno de Zapatero se ha caracterizado desde sus inicios por contradecir su propio eslogan propagandístico en torno a un supuesto talante, que ha brillado por su ausencia, y aviniéndose a los dictados del tristemente famoso cordón sanitario que la clase política catalana se sacó de la chistera coincidiendo con los primeros años del mandato de Zapatero.

No puede caer en saco roto la sugerencia -casi exigencia- del Monarca respecto a la necesidad de que las fuerzas políticas, económicas y sociales redoblen los esfuerzos para que se vuelva a crear empleo “cuanto antes y de forma sostenible”.

Tampoco debe ignorarse que don Juan Carlos instara a “acometer las reformas precisas” a fin de lograr una “pronta recuperación”. El gravísimo problema del desempleo -que como bien recordó el Rey "afecta directamente a millones de personas angustiadas no sólo por la pérdida de ingresos sino por la falta de horizontes en sus vidas laborales y personales”, no puede dejarse al albur de enfrentamientos partidistas y rencillas propias de patio de colegio.

Resulta sintomático el malestar real en torno a la falta de acuerdo entre los grandes partidos que don Juan Carlos aludiera expresamente en su discurso navideño a la urgencia de sellar, “hoy mejor que mañana”, un gran acuerdo nacional en materia de Educación. Más que sintomático, fue abiertamente elocuente, habida cuenta que lo planteado hace un par de semanas por los partidos de izquierdas en la comisión parlamentaria de Educación ha sido la controvertida polémica de retirar los crucifijos de los colegios; ni la elevada tasa de fracaso escolar, el descontrol de los 17 sistemas educativos autonómicos, no; !la retirada de los crucifijos!, es decir, el penúltimo objetivo abiertamente anticatólico que viene persiguiendo el gobierno de la crispación. Lo cierto es que basta con haber seguido mínimamente de cerca la realidad política de los últimos años para concluir que, más allá de las diferencias ideológicas, el problema no son tanto las divergencias de fondo. Ni siquiera los cálculos electoralistas de las formaciones. El problema, lisa y llanamente, se llama José Luis Rodríguez Zapatero.

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