José María Carrascal
Debo de ser uno de los pocos españoles que ha asistido a un «Prayer Breakfast», a un «Desayuno de la Oración». No como invitado, desde luego, sino como periodista. Fue a principios de los años 70 del pasado siglo, cuando un destacado cristiano-demócrata español, que luego interpretaría un papel importante en la Transición, había sido invitado al acto, y yo, como corresponsal en Estados Unidos, tuve que cubrirlo. Era una fría mañana de principios de febrero en Washington, y de entrada tengo que decir que lo patrocina «The Fellowship Foundation», conocida como «La Familia» entre sus miembros, lo que da ya una idea de su línea ideológica. Pertenecen a ella los congresistas norteamericanos más conservadores, relacionados con el protestantismo más militante. Este desayuno es la cumbre de su actividad anual, para la que se congregan varios miles de miembros llegados de todo el país, habiéndose invitado a numerosas personalidades extranjeras. Aunque suele asistir al acto, el presidente, Nixon entonces, es allí sólo un invitado, eso sí, el más importante. Se trata, por tanto, de un acto multitudinario, pero tan religioso como una ceremonia eucarística o una bendición papal. Empieza con una oración, termina con una plegaria y en medio hay sólo invocaciones al Señor, gracias por los bienes que nos ha dado y promesas de no apartarse de la línea señalada por las Sagradas Escrituras. Tras lo dicho, no les extrañará que, en sus reuniones, los miembros de «La Familia» tienen como lema «Tratar a Jesús de tú a tú» ni que estos desayunos hayan sido acusados de violar la separación constitucional de la iglesia y el estado.
Roma con Santiago
Y uno se pregunta: ¿a quién se le habrá ocurrido la idea de invitar a José Luis Rodríguez Zapatero a un acto así? ¿Es que no conocen su laicismo militante? ¿Es que quieren atraerle al buen camino? ¿Es un chiste? ¿O es que él, decidido a verse con Obama antes que los Reyes, ha movido Roma con Santiago, o Madrid con Washington, para hacerse invitar a lo que sea? Sin descartar ninguna hipótesis y teniendo en cuenta que un «lobbista» bien pagado puede obtener lo que se quiera en Washington, me inclino por la última de las hipótesis. Nuestro presidente está tan necesitado de triunfos, se ve tan agobiado por los problemas domésticos, que se agarra a cualquier cosa con tal de escapar. Y si, encima, logra otra de sus ««entrevistas» con Obama -«How are you?», «How are you», «Bye», «Bye»-, miel sobre hojuelas.
Enrique IV de Borbón dijo aquello de «París bien vale una misa», tras abandonar el protestantismo por el catolicismo, para obtener el trono de Francia. Zapatero parece decirse «Una foto con Obama bien vale un Desayuno de Oración». Con la enorme diferencia de que Enrique IV era un estadista de los pies a la cabeza, como demostró a lo largo de su reinado, en el que terminó con las guerras religiosas en su país y puso las bases para su poderío posterior. Mientras Zapatero lo que está haciendo es reencender las guerras civiles en el nuestro, al tiempo que lo arruina, demostrando no tener ni cabeza ni pies. Por no tener, no tiene ni siquiera sentido del ridículo. Para asistir a las reuniones del G-20, no le importó sentarse en la silla que le prestaba Sarkozy y para fotografiarse otra vez con Obama no le importa asistir a un acto donde va a sentirse más extraño que un pingüino en Florida. Tengo que confesar que espero con regocijo su foto rodeado de orantes en la más pura ortodoxia religiosa norteamericana. Será cuestión de ponerla al lado de aquella otra en la que aparecía sentado al paso de la bandera USA. A la postre, un chiste. Quien le puso Mr. Bean, sabía bien lo que hacía.
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