Ignacio Marina Grimau |
(MD) Que la derecha española se ha convertido desde hace tiempo en un amasijo de complejos respecto a la izquierda es un hecho nada novedoso, pero, a pesar de ello, no deja de producir asombro. El origen de semejante acomplejamiento radica, sin duda, en el miedo a los recurrentes dicterios de facha o franquista, de escasamente progresista o demasiado conservadora. Lo dicho –ese temor a ser derecha, esa huida constante hacia no se sabe dónde– hace las veces de justificación del peor marketing electoral, cuya sombra se extiende sobre toda la política, bien en forma de ideocracia en el caso del PSOE o de ese otro detritus pseudointelectual llamado oportunismo en el del PP.
Ha dicho Rajoy en Toledo que de llegar a la presidencia del Gobierno mantendrá la asignatura de Educación para la Ciudadanía, un experimento totalitario con vistas a la deformación de los estudiantes, a los que se pretende convertir en eternos votantes de una gente sin principios y conciencia, capaces de legislar sobre atrocidades como el aborto libre, culmen del progresismo, pues éste tuvo siempre una denodada tendencia al exterminio. ¡Qué poca memoria la del sarcástico gallego! El fumador de puros a destajo y compulsivo lector de ‘Marca’ –ésa es su lectura predilecta, mil veces preferible, ciertamente, a las peligrosas bobadas que dinamitan el cerebro de Zapatero, ya saben: las cursilerías de Benjamin R. Barber y su “democracia fuerte”— prometió en las últimas elecciones suprimir la asignatura, y lo hizo invocando el sentido común. Pero a Rajoy, al gallego y su cuadrilla, le tiene sin cuidado desdecirse, olvida tan alta virtud y alguien, algún experto de la imagen y el chalaneo, le ha debido de susurrar al oído: “Mariano, que ZP no es tan malo; tú guiña el ojo izquierdo, hombre”.
Ya se ha dicho que el complejo de la derecha no sorprende y a él estamos acostumbrados, si bien no deja de producir sonrojo y ya mueve a la sonrisa más conmiserativa. La desgracia de la derecha española es que sigue creyendo en la superioridad moral de la izquierda, un mito que viene de lejos y que desmienten tanto la Historia como la actualidad. Pero Rajoy no se entera, y eso a pesar de la Faes. Hay más inteligencia en cualquier pensador liberal o conservador –también en los injustamente tachados de reaccionarios– que en la logomaquia demagógica de los progres; hay más perspicacia antropológica, cultural, económica y ética en Hayek, Oakeshott, Fernández de la Mora o Alain de Benoist –también en Donoso Cortés o Eugenio d’Ors– que en la eterna cantinela veteroprogresista de quienes se pasan la vida hablando de la igualdad en la que no creen y de la solidaridad que no practican, salvo consigo mismos. Sin embargo, Rajoy no es que conceda a la izquierda el beneficio de la duda; sencillamente, la bendice y la asume con eses silabeantes y prognatas.
Cada día tengo más claro que en este país la izquierda le hace el trabajo sucio a la derecha. Ya lo vimos con el aborto. Ya lo vimos con la complacencia hacia un poder judicial definitivamente politizado. Ya lo vemos ahora con la asombrosa falta de compromiso de Rajoy respecto a la unidad de España y ya lo vemos con Educación para la Ciudadanía. ¿Lo veremos también sin un día ZP legisla sobre la eutanasia? A eso, en el PP, lo llaman tener “las ideas claras”.
No sé cómo bajan hoy las aguas del Tajo, pero hubo un tiempo, muy posterior al artificio de Juanelo Turriano, en que su fluir fue tan turbio como las propuestas manchegas de Rajoy. Tal es la desgracia de un partido economicista, bien pagado y muy acomodaticio con las peores modas. PP: partido pragmático; PP: partido “progresito”; PP: partido de la pasta. PP: ¿partido popular? ¡Qué bajo concepto del pueblo español tienen algunos!
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