(LD)Acabo de recibir una llamada de una amiga a la que no veo desde hace muchos años. Tantos como tiempo hace que decidí denunciar públicamente la ingeniera social que se estaba llevando a cabo para sustituir la cultura y lengua común españolas en Cataluña. Es maestra y decidió renunciar a su lengua materna para dar todas las clases en catalán.
Me ha contado una de tantas historias personales y humillantes que nunca suceden en Cataluña porque casi nadie nunca se atreve a denunciar. No esperen una historia truculenta, sólo es una sutil humillación de tantas otras que pasan desapercibidas, pero que juntas nos han llevado al abuso de unos catalanes sobre otros.
Quizás lo peor no es la historia en sí, sino su irracional temor a evitar cualquier nombre o indicio por los cuales pudiera ser identificada. Siglo XXI, España, democracia y sin embargo miedo. No logro que me permita apuntar el nombre del colegio, ni siquiera el de la directora. De ninguna manera el suyo, claro. Le recuerdo el poco valor de un relato sin referencias empíricas contrastables. Ni por esas. Sólo un lugar. Algo es algo.
Ocurrió en una escuela de Cabrera, pueblo casi costero de la provincia de Barcelona. A mediados de julio pasado, con el curso terminado, la llamó a su despacho la directora del centro: "He pensado que el próximo curso podrías hacer castellano y ordenadores". La maestra era especialista en infantil y a esa etapa había dedicado sus 30 años de docente. "¿Y eso?". "Es que no hablas bien el catalán". La señora se quedó helada. La directora se dio cuenta: "No, si las mamás están muy contentas con tu labor, pero tendrías que asistir a clases particulares y aprovechar el verano para perfeccionarlo".
Después de 30 años enseñando y hablando catalán, resultaba que no daba la talla. Y encima la aparta de la labor tutorial para aparcarla entre ordenadores y la enseñanza residual de castellano. Un recurso muy utilizado a principios de los ochenta con todos los maestros que no mostraban celo catalanista o se negaban a dar las clases en catalán. Los exiliaban a bibliotecas, a guardias o patios. Importaba poco que no fueran rentables, el objetivo es que no se interpusiesen en el camino de la normalización. Así se jubilaron muchos maestros, apartados de toda actividad docente y humillados mientras quemaban las horas aburridos en un rincón del colegio donde no tuvieran relación docente con los alumnos. A muchos les ofrecieron la baja voluntaria por motivos psiquiátricos. Algunos aceptaron, otros acabaron identificándose con la patología. Historias que nunca se contaron y cuantas veces se intentó, se ocultaron.
Aceptó. Llegó a casa y lloró en los brazos de su compañero la humillación. Y pensó en la palabra "depuración". Fue la primera palabra que pronunció cuando descolgué el teléfono. Últimamente se relacionaba mucho con otra maestra con la que solía hablar en castellano. No era un buen ejemplo para los pequeños, barrunta ella buscando una explicación.
Ha callado mucho, demasiado, durante muchos años. Y se ha roto. Está de baja por depresión. Su compañero calla la afrenta. Tiene motivos. Pedro García, primer teniente de alcalde de Santa Coloma de Gramanet en 1980 por el PSUC, propició que su Ayuntamiento permitiese por primera vez en Cataluña la política lingüística de la inmersión en uno de sus colegios, el IES Puigcastellar. "En el inicio de esta política ordené que el Departamento de Enseñanza estudiara a fondo el grado de receptividad, o de rechazo, que esta política pudiera provocar, especialmente en barrios de fuerte mayoría castellanohablante", recuerda Joaquin Arenas, creador de esta política con Pujol, en el libro La inmersión Lingüística, quien logró del Ayuntamiento de Santa Coloma todo tipo de facilidades.
Curiosamente, el primer teniente de alcalde, maestro también y compañero actualmente de nuestra maestra, muchos años después de haber convertido a su ciudad castellanohablante en la primera de Cataluña donde no se pudiera estudiar en castellano, abandonó la política ninguneado por su partido por hablar en castellano y pidió traslado a su tierra de origen, Murcia. Un colaborador de buena fe que un día se dio cuenta de que la normalización sólo había sido un buen eslogan para forzar la sustitución lingüística sin aparentarlo.
Ahora vuelve a ver con su compañera la historia repetida. Pero calla y me impide dar su nombre: "Es que vivo aquí", "quiero pasar desapercibida", me justifica ella creyendo que puede pasar desapercibida; ¡como si uno pudiera ocultarse de sí mismo! ¿Desapercibida de qué? Es funcionaria, hace 30 años que da las clases en catalán, es diligente y cumplidora, buena maestra y mejor persona. ¿De qué tiene miedo? Esta es la tragedia de Cataluña.
Hace 30 años nos animaban a hablar catalán sin miedo a hacer el ridículo, ahora el secretario general adjunto de CiU, Felip Puig, ridiculiza al charnego Montilla en el mismísimo Parlamento por no utilizar un catalán a la altura de la nación. El artículo 13 de la LEC, dedicado a la "Competencia Lingüística del profesorado, de los profesionales de atención educativa y del personal de la administración y servicios", en su apartado 1 ya nos advierte de la inutilidad de la titulación adquirida y demostrada para acceder a la plaza de maestro y profesor. Ahora revisaran a su arbitrio si es adecuado el uso y se reservan modificar las condiciones por reglamento. Y en el apartado 2 imponen la ITV lingüística: "El Departamento ha de adoptar las medidas necesarias para actualizar la competencia lingüística del profesorado y ha de promover la creación y la utilización de herramientas didácticas que faciliten la enseñanza del catalán y en catalán".
Ya no se trata de tener derecho a tu propia lengua, sino a utilizar la impuesta con la variante dialectal del capricho de los amos. Estamos más que nunca en las manos del Tribunal Constitucional.
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