Entre un 2 y un 3% de la población tiene inteligencia muy superior, según la OMS.
Mamá, ¿dónde estaría el agua si no hubiera gravedad? ¿Qué pasaría si uno de los planetas se desviara de su órbita?”. Son las curiosidades de Fernando, un niño de tres años con cociente intelectual (C.I.) superior a 130; lo que comúnmente se conoce como niño superdotado.
“¿Por qué existimos si luego nos morimos?”; es la pregunta que se hace, noche tras noche, Paula, pero asegura haber descubierto la solución: “Todo forma parte de una cadena. Primero estamos en estado niño, luego adolescente, adulto, anciano, y luego nos morimos. Tiene que ser así”. Tiene seis años y también forma parte de ese grupo de niños con altas capacidades.
Sus padres son los primeros en notar que algo en su hijo se sale de lo normal. Comienzan a hablar más pronto que el resto, recuerdan muchas cosas, son capaces de asociar conceptos y muestran interés por tareas que, aparentemente, no son propias de su edad, como adorar el ajedrez en vez de coleccionar cromos. Es el caso de Luis; con 2 años y medio, cuando iba por primera vez al colegio, sus padres le cogieron en brazos y le zarandearon. ¿Su reacción? “Por favor dejad de moverme así porque me vais a dañar el cerebro, no voy a poder pensar y entonces no podré estudiar ni pintar“.
Otro más. Con cinco años, Carlos definió a Dios como “una bola de inteligencia que explotó y se extendió por todo el Universo” y Pablo, con cuatro, descubrió que las películas eran mentira. ¿Por qué? “Esa nave no puede funcionar porque le falta el cohete propulsor para salir de la gravedad de la Tierra”.
“La nada no puede explotar”
Sus conversaciones harían las delicias de un filósofo adulto, pero son casi angustiosas para los padres. Como el caso de María; con cuatro años decidió disertar con sus padres sobre la existencia de Dios, que ella defendía: “Pero si evolucionamos, ¿quién ha puesto la primera célula? ¿Quién produjo la primera explosión?, porque si explota algo no podemos decir que sea la nada, porque la nada no puede explotar”.
La Organización Mundial de la Salud estima que entre el 2 y el 3 por ciento de la población posee una inteligencia muy superior a la media -en torno a 100 de C.I.-, lo que supone que en España hay más de 800.000 personas con esta característica.
Pero ser superdotado es algo más. Ser superdotado es poseer también una gran creatividad y un nivel alto de persistencia en tareas de su interés. Estos parámetros determinan, mediante pruebas estandarizadas si una persona tiene alta capacidad (el término superdotado cada vez se usa menos por los estereotipos asociados).
Los niños con alta capacidad suelen tener comportamientos característicos en el colegio: falta de atención en clase -a veces suspensos- o desinterés por las tareas. “En clase cierro los ojos y me imagino que he construido una máquina del tiempo y que puedo hacer que se acabe la clase de matemáticas”, dice Paula, ‘víctima’ del aburrimiento de repasar, día tras día, conceptos que ella asimiló hace tiempo.
Y es que los superdotados se encuentran con un panorama educativo más bien desalentador. A juicio de la presidenta de la Asociación Española de Superdotados, Alicia Rodríguez, estos niños necesitan “una buena valoración y una adaptación curricular hasta llegar a la flexibilización (poder adelantar uno o más cursos)”.
¿Y estas necesidades están reguladas? preguntamos. “La ley está hecha, pero no se cumple fácilmente. Se tarda años en lograr la flexibilización, si con suerte se consigue. La falta de formación de algunos docentes y las normativas de cada comunidad junto con el mito de ‘si son inteligentes, ¿qué más necesitan?’, hacen un verdadero via crucis lograrlo”.
El problema, además es que “no todo el mundo puede hacer un diagnóstico correcto de la alta capacidad“, alerta Pilar Álvarez, especialista en diagnóstico de altas capacidades. “El 68% de los niños superdotados cuyas capacidades no son atendidas no termina los estudios obligatorios y, al no ser consciente de su capacidad, puede sentirse diferente y tener muy baja autoestima “, señala Rodríguez.
* Reportaje íntegro en el número 250 de ALBA, en los quioscos el 6 de noviembre.
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