domingo, 3 de enero de 2010

Corrompen todo lo que tocan

Antonio Alemany Dezcallar

El problema no es que haya cretinos que aplicando categorías políticas actuales con efecto retroactivo de casi 800 años se empeñen en convertir la Fiesta de l’Estandart en paradigma de la “catalanidad” y en percha para ejercer el odio contra España y propugnar, no la independencia, sino la anexión a Cataluña. El pensamiento es libre y el cretinismo también: Ninguna de las dos cosas resultan problemáticas. El problema surge cuando del “pensamiento” y del cretinismo se pasa a la acción y se pretende ejercer violencia sobre los demás, imponiendo “pensamiento” y cretinismo a toda la sociedad. Cuando esto ocurre se está dando un salto cualitativo fascistizante.

Con ello quiero decir que, a mi, al menos, no me preocupa que el inefable portavoz del la Obra Cultural balear escriba que “el Ejército español ha sido expulsado de la Fiesta de l ‘Estandart”. O que Miguel Serra ejerza de corifeo dirigiendo a todos los coreutas catalanistas que pululan por su periódico. O que El Púnico escriba tonterías. Lo inquietante es cuando estos sujetos consiguen el oportuno Caballo de Troya- sea un caballo socialista, sea un caballo popular- para imponer sus fantasías oníricas a toda la sociedad. Porque quién ha convertido la Fiesta de l’Estandart en una caricatura de lo que durante siglos ha sido no son ni los del pensamiento fascista ni los cretinos, sino el Caballo de Troya. Quién ha poblado de banderas catalanas el casco histórico de Palma para subrayar la “catalanidad” de la Conquista no ha sido la OCB y su portavoz, sino Calvo, la alcaldesa. Quienes están financiando con nuestros dineros a los sembradores de odio son, además de la Generalitat catalana, Antich, Armengol y Calvo. Quienes fomentan, financian y alimentan toda esta sistemática “alienación”- en el sentido hegeliano y sociológico-marxista del concepto- son los partidos con responsabilidad de gobierno devenidos equinoides troyanos: el PSOE y el PP, el primero porque comparte el cretinismo del catalanismo fascista, el segundo, porque está regido por una pandilla de acojonados.

Lo cierto es que, por fas o por nefás, una conmemoración popular, de raigambre secular y de carácter festivo ha sido transformada en un campo de Agramante por obra y gracia de unos exaltados catalanistas empeñados en borrar la identidad de esta tierra que nunca ha sido catalana y, menos aún, catalanista. En este sentido, hace tiempo que vengo sosteniendo que estas gentes, lo que representan y sus pretensiones totalitarias e impositivas son, de verdad, el único factor de disenso grave en nuestra sociedad. Grave por irreconciliable y por la desagradable agresividad que practican y que, previsiblemente y en legítima defensa, acabarán generando la agresividad contraria. Estas gentes todo lo que tocan lo corrompen desde cualquier conmemoración histórica hasta la lengua mallorquina de la que, dentro de una generación, no quedarán ni las raspas. Y no porque se la coma el castellano, sino el catalán.

Hay algunas cosas que, a esta altura de la película, deberían estar meridianamente claras. Históricamente: la Conquista no fue una empresa de Cataluña- no existía-, sino de la Cristiandad; las tropas conquistadoras estaban integradas por mandos y efectivos de múltiple procedencia, con una minoría mayoritaria catalana; el poblamiento de Mallorca es materia confusa al confluir población autóctona, nuevos pobladores y esclavos: recurriendo a documentos indiciarios como el Capbreu de la Parroquia de Santa Eulalia de Don Estanislao de Kosta Aguiló de unos años posteriores a la Conquista refleja, como posible muestra representativa, que la población de origen catalán es importante, pero inferior al conjunto de otras procedencias .

Políticamente. El reino de Mallorca jamás tuvo relación de dependencia o intermediación catalana: su relación era directa con el Rey de Aragón en su calidad de Rey de Mallorca. No ha existido jamás la “Corona catalano-aragonesa”, termino malévolamente federalizante, sino la Unión personal, en la figura del Rey, de los reinos de Aragón, Mallorca, Valencia y el Condado de Barcelona. Sólo desde la ignorancia más supina puede interpretarse la Guerra de Sucesión en los términos en que lo hace el catalanismo: lo que se dabatió en esta guerra fue la obsolescencia del estado arcaico de los Austrias frente la modernidad del Estado borbónico. Es más, ganara quien ganara, el resultado hubiera sido el que fue: un estado que suprime barreras entre las distintas partes de España y que centraliza e incrementa el poder del Estado.

Linguísticamente. La lengua no la hacen los lingüistas, ni las reales academias, ni los catalanistas de las universidades a la violeta. La lengua la hace el pueblo. Ni Ramón Llull ni Turmeda, precisaron del Institut d’Estudis Catalans ni del departamento de Filología Catalana de la Universidad de Montpeller para culminar su gran obra literaria. Tampoco Berceo, Jorge Manrique, el Marques de Santillana, Lope, Quevedo, Góngora, Tirso o Cervantes precisaron de ninguna Real Academia que “puliera, fijara y diera esplendor” a la ingente creación literaria de todos ellos. Si en la transición del Bajo Imperio de Roma a la Alta Edad Media hubieran existido las cohortes de normalizadores, sociolingüistas y demás impertinencias del fascio catalanista- serían el “fascio latinista”- hoy, no existirían ni el castellano, ni el gallego, ni el mallorquín, ni el francés, ni el italiano, ni, desde luego, el catalán: todos hablaríamos latín, lo cual hubiera sido una ventaja al no tener que soportar a todos estos jenízaros de la lengua. Moraleja: mande a hacer puñetas a los catalanistas: la lengua es suya no de ellos, usted la crea, usted la escoge y usted la denomina como le da la real gana.

Está claro que estas cosas no están nada claras para estos agresivos grupúsculos catalanistas que nos amargan la vida, que se interfieren en nuestras libertades y que, para más oprobio, están financiados con nuestros dineros. Mañana, la Fiesta de l’Estandart será un ejemplo de a dónde hemos llegado.

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