Por José María Marco
En Bolivia han encontrado un sistema para paliar la galopante deserción de los alumnos del sistema escolar. Se llama bono Juancito Pinto, en recuerdo de un niño patriota. El bono Juancito Pinto consiste en pagar 200 bolívares por curso a cada niño de Primaria. En España, al Gobierno socialista se le ocurrió una iniciativa parecida, aunque más rumbosa, como corresponde a nuestro empaque de país desarrollado. Fue la beca a alumnos que suspenden. Ahora al ministro de Educación se le ha ocurrido otra. El ministro es foucaultiano, por lo que se figurará que el fracaso escolar, como la demencia o el terrorismo, son constructos sociales, fruto de la violencia que la sociedad ejerce sobre sus miembros más indefensos. Así que se ha propuesto protegerlos y para ello va a mantener escolarizados dos años más, obligatoriamente, a todos los jóvenes. Los foucaultianos siempre han sentido debilidad por las cárceles, con lo que la propuesta aliviará la ansiedad ideológica del ministro y sus allegados. Reducirá, también obligadamente, el fracaso escolar. Incluso hará desaparecer a muchos jóvenes de la lista del paro, al modo soviético, eso sí: si no hay posibilidad de trabajar, ¿qué paro va a haber? Sobre todo, acabará con la Enseñanza Secundaria, una vez enterrado el Bachillerato. La LOGSE se aplicará al fin con todas sus consecuencias y quedará suprimido cualquier tramo de formación de los jóvenes entre la primera enseñanza, para niños, y la universidad o la vida profesional. Los agregados pasan a ser maestros de Primaria y los jóvenes no conocerán más tratamiento que el que corresponde a la edad mental que se les supone. Esta propuesta no es una simple reforma educativa. Se trata de una opción cultural de calado ante la que el PP tiene la obligación de mostrarse muy prudente. Contradice de arriba abajo la posición que el PP ha mantenido hasta ahora. No hay razón alguna para precipitarse en nombre de un pacto educativo tal vez indeseable.
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