domingo, 2 de agosto de 2009



ENTRE los 27 Estados que integran la Unión Europea, únicamente 4 padecen una cuota de paro superior al 15 por ciento de su población activa: Lituania (15,8), Estonia (17,0), Letonia (17,2) y España (18,1). Si valoramos que la población total de las tres repúblicas bálticas no alcanza la de la Comunidad de Madrid, la máquina propagandística que sostiene a José Luis Rodríguez Zapateo puede insistir en que somos el Estado más grande y poderoso entre los que integran el pelotón europeo de los torpes. La totalidad de la Unión mantiene una media del 8,9 por ciento y el que seamos capaces de duplicarla es todo un reflejo de la inadecuada política, en el supuesto de que haya alguna, con que el Gobierno se enfrenta al problema que más nos angustia a los españoles. Una situación dramática que se atempera por las prestaciones de desempleo y la sólida estructura familiar que todavía rige y vertebra nuestra convivencia.
Zapatero, que no supo -o no quiso- ver venir la crisis cuando lo aconsejaba la prudencia, tampoco se muestra diligente a la hora de enfrentarse a ella. No sólo se va de vacaciones, en un alarde impropio de obrerismo presidencial, sino que parece haber formado pandilla con los grandes sindicatos. Se refugian, juntitos, en una pueril demonización de la actividad patronal y esperan que el tiempo ejerza un efecto balsámico sobre una situación que, fuera cual fuese la ideología del observador, exige medidas severas -impopulares- para tratar de atajarla.
Todas las voces autorizadas coinciden en postular una reforma del mercado del trabajo -algo muy distinto al «despido libre»- como principio para una solución eficaz; pero no van por ahí los deseos sindicales que, con su escasa representatividad, se han convertido en amos de la situación. A tal punto ha llegado esa desfachatez sindical que, ante la demanda de reformas expresada en el último Boletín del Banco de España, el secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, le ha pedido al Gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que se centre en su trabajo y no agite la discusión sobre la reforma laboral. La enfermedad se diagnostica por sus propios síntomas. Unos pocos -capaces, eso sí, de convocar una huelga general- resultan suficientes para coaccionar la voluntad del Gobierno, si es que la tiene, y perjudicar el bienestar general de la Nación. Ya no va más. ¿Hacemos juego?

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