Gonzalo Suárez / Madrid
Gonzalo Otálora siempre fue el más feo de su clase. Le cayeron encima las tres maldiciones más nefastas para cualquier adolescente acomplejado: acné, ortodoncia y gafas de culo de vaso. Harto de recibir collejas en el patio del colegio, convirtió su vida en una cruzada contra su mala pata en la lotería genética. Recurrió a todo tipo de parches: cirugía ocular, implantes capilares, mil dietas y aún más horas en el gimnasio? «Cualquier cosa para dejar de ser un sapo y volverme un príncipe», asegura. «Me convertí en un esclavo del espejo, pero nada funcionaba? Me sentía tan feo que pensé en suicidarme».
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