Del término inglés «freak» (monstruo, extraño, extravagante…) hemos derivado el castizo vocablo «friki». Los frikis son seres obsesivos, compulsivos, muchas veces su aspecto resulta caricaturesco. Normalmente, la aplicación de la palabra tiene una connotación simpática, divertida. Pero, pensándolo bien, el mundo contemporáneo está ocupado por algunos frikis que, aunque sonrían por debajo de sus afilados colmillos, producen de todo menos hilaridad: se trata de ciertos líderes políticos repartidos por el planeta que, curiosamente, han dado a luz el marxismo. Sí, aquel que parecía en estado comatoso tras la disolución de la Unión Soviética y que, sin embargo, aparenta estar más vivo que nunca. No sé en qué momento el uniforme del Comandante se convierte en chándal y el respeto que infunde el miedo da paso a la carcajada.
Del terror, a la risa.
Y viceversa. Me pasma la cantidad de líderes frikis que el marxismo está ofreciendo al mundo en este siglo XXI, que se suponía escarmentado de los totalitarismos del XX. Quizás su frikismo sea lógico, dado que son jefes de Estado que se dedican a la propia extinción del Estado, siguiendo la doctrina marxista. En palabras de Engels, de «semiestados» como la Comuna de París. Ese trabajo de aniquilación sólo lo puede hacer un friki, un monstruo. Vale.
En Colombia, el lituano Mockus, espécimen chavizta, no logró ser presidente, a las urnas gracias. Se vestía de superhéroe, enseñaba el trasero a los estudiantes, orinaba sobre muchachas, quería negociar con las FARC y acudía en calzoncillos a los consejos. De la que se libró Colombia.
Kim Jong-il, Querido Líder de la paupérrima Corea del Norte, donde se violan los derechos humanos y la gente muere de hambre cada día. Subido a sus zapatos con más plataforma que los de una «drag queen», toma caviar, le pega lingotazos al coñac y reposa sus ensueños nucleares en divanes de oro intentando infructuosamente que no se le estropee el cardado del… ¿pelo? (A Putin le hace gracia. Putin..., bueno, mejor me callo). China acaricia sus hilos de marioneta estalinista. Un día de estos, si su frágil salud de glotón insaciable no se lo impide, puede reventar el mundo. Así, transformaría rápidamente la sociedad, que es de lo que se trata.
Los hermanos Castro son del siglo pasado. Le colocaron al Comandante un intestino de aluminio y desde entonces ha vuelto a lucir uniforme, acabando con las ilusiones de quienes creían que no hay mal que cien años dure. Los Castro huelen a «Eau» de Revolución Francesa, que entusiasma a los muy cafeteros.
Evo Morales, títere chavizta, de profesión «indígena», cree que comer pollo está convirtiendo a los europeos en homosexuales. Su peinado es arrebatador, aunque no tanto como el de Kim Jong-il. Los demás líderes bolivarianos latinoamericanos tampoco tienen desperdicio como ilustres frikis marxistas. Pero mi preferido es Hugo Chávez, el jefe. Ahora va a censurar Internet. Viéndolos, sólo cabe preguntarse, como Saint-Just en 1792, de qué nos servirán todos los preceptos del mundo después de haber perdido la libertad. Y, además, a manos de estos frikis.
Del terror, a la risa.
Y viceversa. Me pasma la cantidad de líderes frikis que el marxismo está ofreciendo al mundo en este siglo XXI, que se suponía escarmentado de los totalitarismos del XX. Quizás su frikismo sea lógico, dado que son jefes de Estado que se dedican a la propia extinción del Estado, siguiendo la doctrina marxista. En palabras de Engels, de «semiestados» como la Comuna de París. Ese trabajo de aniquilación sólo lo puede hacer un friki, un monstruo. Vale.
En Colombia, el lituano Mockus, espécimen chavizta, no logró ser presidente, a las urnas gracias. Se vestía de superhéroe, enseñaba el trasero a los estudiantes, orinaba sobre muchachas, quería negociar con las FARC y acudía en calzoncillos a los consejos. De la que se libró Colombia.
Kim Jong-il, Querido Líder de la paupérrima Corea del Norte, donde se violan los derechos humanos y la gente muere de hambre cada día. Subido a sus zapatos con más plataforma que los de una «drag queen», toma caviar, le pega lingotazos al coñac y reposa sus ensueños nucleares en divanes de oro intentando infructuosamente que no se le estropee el cardado del… ¿pelo? (A Putin le hace gracia. Putin..., bueno, mejor me callo). China acaricia sus hilos de marioneta estalinista. Un día de estos, si su frágil salud de glotón insaciable no se lo impide, puede reventar el mundo. Así, transformaría rápidamente la sociedad, que es de lo que se trata.
Los hermanos Castro son del siglo pasado. Le colocaron al Comandante un intestino de aluminio y desde entonces ha vuelto a lucir uniforme, acabando con las ilusiones de quienes creían que no hay mal que cien años dure. Los Castro huelen a «Eau» de Revolución Francesa, que entusiasma a los muy cafeteros.
Evo Morales, títere chavizta, de profesión «indígena», cree que comer pollo está convirtiendo a los europeos en homosexuales. Su peinado es arrebatador, aunque no tanto como el de Kim Jong-il. Los demás líderes bolivarianos latinoamericanos tampoco tienen desperdicio como ilustres frikis marxistas. Pero mi preferido es Hugo Chávez, el jefe. Ahora va a censurar Internet. Viéndolos, sólo cabe preguntarse, como Saint-Just en 1792, de qué nos servirán todos los preceptos del mundo después de haber perdido la libertad. Y, además, a manos de estos frikis.
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