lunes, 26 de abril de 2010

No somos Grecia, pero...

JOSÉ MARÍA CARRASCAL
EL Gobierno puede decir cuantas veces quiera «España no es Grecia», pero estamos en el mismo bote. «Grecia y ¿cuál será el siguiente?», titulaba ayer su editorial el New York Times, que arrancaba: «Mientras Grecia se escora aún más hacia la bancarrota, los asustados inversores se apresuran a soltar bonos de Portugal, España e Irlanda, también en dificultades». Y sin tomar las medidas oportunas, podría haber añadido. Pues cuantas han tomado, al menos en nuestro caso, no nos alejan del precipicio. Nos acercan a él.
El problema de Grecia, como el problema de España, es haber considerado esta crisis uno de esos baches periódicos del capitalismo, al que seguirá automáticamente la recuperación. Y si no éramos capaces de salir de él, ya nos sacarían nuestros socios, que para eso lo son. Así que pese a los cuatro millones largos de parados, el déficit galopante y la advertencia de los expertos, nuestro Gobierno sigue diciendo que la recuperación está a la vista, que los demás se equivocan y que nuestro caso no es el griego. En efecto, no es el griego. Es más grave. Nuestra economía representa casi un 13 por ciento del PIB de la Comunidad Europea, mientras el griego es insignificante. Los cálculos que algún listillo en La Moncloa puede haberse hecho son: «A Grecia pueden dejarla caer porque apenas tendría repercusión, pero a nosotros, no, porque el golpe sería tremendo para la Comunidad». Pero la lectura puede hacerse también desde el ángulo opuesto: «A Grecia la salvamos por ser pequeña. Pero España es demasiado grande, y nos arrastraría a todos».
En cualquier caso, la receta para Grecia y para España es la misma: un plan de ajuste creíble, unos recortes convincentes. Es lo que ha exigido Alemania a Atenas para recibir la ayuda que pide. Y lo que nos están pidiendo implícitamente a nosotros, sin que hagamos otra cosa que poner parches y recortar el chocolate del loro. Con lo que seguimos estancados, mientras los demás van saliendo de la situación.
Y es que el pecado original se mantiene: aquella presunción de que no había crisis; de que si la había, no nos afectaría; de que si nos afectaba, sería mínimamente; de que estábamos en situación de resistir la embestida. De aquellos polvos vienen estos lodos. Sin que nadie se atreva a decírselo a Zapatero. Solbes prefirió largarse antes de decírselo. Su sucesora, o no se atreve o cree en él como Bibiana Aído. Por eso sigue diciendo que nuestras cifras, no las del FMI, son las correctas y que estamos dispuestos a ayudar a Grecia. Aunque puede que todo sea producto de la desesperación. Estamos dispuestos a ayudar a Grecia, pensando que otros vendrán a ayudarnos a nosotros. Algo que puede ocurrir o no. Ya han oído a la Merkel: «Ayúdate a ti mismo, para que te ayudemos». Pero ¿cómo se ayuda a un país que prefiere manifestarse por Garzón que por sus parados?

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