jueves, 15 de abril de 2010

Garzón y sus mariachis


Salvador sostres
Precisamente las imágenes de sus partidarios reunidos y en proclama, de sus ideológicos partidarios, todos de la misma banda: sindicalistas, actores, comunistas y ex comunistas, y ese larguísimo etcétera que lleva tanto tiempo empobreciendo la vida intelectual española, y volviéndola revanchista, totalitaria y miserable; precisamente cuando un juez es aclamado como el icono de un bando ideológico determinado, sus propios entusiastas le delatan y algo huele a podrido en Dinamarca.

El otro día escuché a Àngels Barceló, en la cadena Ser, preguntándose cómo podía ser que unos falangistas pudieran sentar en el banquillo al mismísimo juez Garzón y por defender una causa tan justa como las víctimas del franquismo. Resulta embarazoso que este país tenga supuestos líderes de opinión que aún no se hayan enterado de que la Justicia no va ni sobre los falangistas, ni sobre el juez Garzón ni sobre si es más o menos noble la causa de querer desenterrar a las víctimas del franquismo. La Justicia va sobre justicia, sobre lo que es justo, sobre leyes y normas, y quien sienta en el banquillo de los acusados a Garzón no es la Falange ni unos falangistas, sino la Justicia.

Del mismo modo, si Garzón es condenado, no será condenado por antifranquista, ni se tratará, como dijo el martes Pedro Almodóvar, de «otra victoria de Franco». Si Garzón es condenado será por haber prevaricado, independientemente de los objetivos con los que lo hiciera. Que un juez que nos tiene acostumbrados a sus instrucciones tan nefastas, y que tantas veces ha encarcelado y humillado a tantas personas contra las que luego ninguna acusación se ha probado y que han quedado perfectamente libres y sin cargos; que un juez como Garzón sea la referencia de la Justicia y de la libertad, da una idea de qué idea tienen de la democracia y de la libertad sus manifestantes partidarios, que viven aún de los tópicos del antifranquismo, no por antifranquistas menos totalitarios.

Pero, en fin, que actores, sindicalistas y demás agitadores dieran cuenta del peso pluma de su intelectualidad era previsible y esperable. Desgraciadamente, siempre ha sido así. Algunos de ellos son excelentes en su trabajo, pero cuando se ponen a opinar sobre política, uno no puede dejar de preguntarse de qué casualidad salió Mediterráneo. Lo más alarmante es que todo un ex fiscal Anticorrupción como Carlos Jiménez Villarejo ponga en cuestión la estructura del Estado y hable de la Justicia como lo haría un taxista que escucha a Julia Otero.

El gran drama de la izquierda es que no sabe perder, y que cuando no puede salirse con la suya intenta siempre cambiar las normas del juego. Que Villarejo, como hace unas semanas lo hizo Garzón, hable de justicia injusta es de una total sinvergonzonería. El sistema judicial ha funcionado durante todos estos años, y no sólo el sistema judicial, sino la convivencia entre todos, porque cuando los señores Villarejo y Garzón actuaban, los demás acatábamos sus decisiones, como era nuestra obligación, por injustas que nos parecieran y por perjudicados que nos sintiéramos. Y si teníamos algo que decir, lo decíamos a través de los mecanismos previstos por la ley.

Que cuando les toca a ellos cumplir con su parte de deber cívico y ciudadano se comporten como unas auténticas histéricas; que cuando les toca a ellos probar su propia medicina, la que los demás tantas veces hemos probado en perfecto orden de revista y sin quejarnos, pierdan el control y pretendan hacer trizas el sistema es de tal deshonor y tal deslealtad que, aparte de ser castigados por los delitos que hayan cometido, deberían ser inhabilitados para cualquier función pública, porque es evidente que no disponen de categoría moral para servirnos.

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