miércoles, 22 de julio de 2009

Tu problema es que odias a Jaimito

El profesor Rodríguez llegaba como siempre tarde a su asignatura de Educación para la Ciudadanía. Hoy enseñaría a los alumnos el concepto de justicia redistributiva en una sociedad avanzada y progresista. Para ello, propuso a los niños un ejercicio práctico. Los 17 alumnos de la clase harían el papel de autonomías. Para evitar disputas, el profesor decidió que se trataría de autonomías imaginarias y que cada una llevaría el nombre de un alumno.

- Niñas y niños, nos toca repartir el presupuesto.

Marga, una de las alumnas, protestó enérgicamente:

- Eso es machismo, profesor: el PIB es masculino, el presupuesto es masculino… ¿Dónde quedamos las mujeres en este Estado imaginario? Propongo que se resparta “la presupuesta”.

Al profesor eso le daba igual, así que aceptó: repartitían la presupuesta. Además, decidió que todos los alumnos debería aportar moneda -el uso de “dinero”, masculino, mereció otra protesta de Marga- para crear la presupuesta. No todos los niños llevaban la misma cantidad de dinero. Jaimito y Pedrito pusieron seis euros cada uno, Josito -cuyos padres estaban en paro- sólo puso los diez céntimos que llevaba encima, y los demás pusieron casi a partes iguales lo que restaba hasta llegar a un total de 20 euros. Sería la presupuesta a repartir.

El profesor les explicó que la justicia redistributiva consiste en que las autonomías más ricas aporten dinero a las más pobres (al escucharlo, Jaimito se puso blanco).

- No obstante -les matizó-, la redistribución es una labor compleja que requiere del acuerdo común de todos. Así que para repartir esta presupuesta, como una democracia avanzada, debemos negociar.

Todos se mostraron emocionados ante la idea.

Para empezar la negociación, el profesor eligió a la autonomía Jaimito. Su padre era un tipo rico y dueño de un concesionario de coches de la marca BMW. El profesor había comprado uno mediante un pago a plazos, y desde hace algunos meses no había podido pagar lo acordado. Pensaba que si trataba bien a Jaimito, su padre sería indulgente con sus impagos.

- Como una negociación es una cosa muy seria, Jaimito y yo iremos un rato fuera de la clase a tratar la parte de la presupuesta que le corresponde a su autonomía. Será una negociación justa y transparente -les aseguró el profesor.

Los demás se quedaron extrañados: ¿cómo podía ser transparente si negociaban fuera de la clase el profesor y uno solo de los “alumnos-autonomías”? Pero no hubo protestas. Todos confiaban en la buena fe del profesor.

Al cabo de un rato, la autonomía Jaimito y su maestro volvieron a clase. El maestro estaba algo pálido y Jaimito tenía una visible cara de satisfacción.

- Jaimito y yo hemos acordado un reparto que satisfaga los intereses de su autonomía y fomente su integración en la clase. Ya tenemos un modelo de reparto de la presupuesta.

Los demás mostraron su extrañeza: ¿no había dicho el profesor que negociaría el reparto con todos?

- Sí -dijo Jaimito. -Me voy a llevar 8 de los 20 euros. Es lo justo, pues yo soy un alumno de buena posición y mi padre paga más impuestos que vuestros padres -aseveró dirigiénsose a sus compañeros-, impuestos que han servido para construir esta escuela y por los que me tenéis que estar agradecidos.

Hubo protestas. Entre los amigos de Jaimito hubo algún murmullo pero la cosa no pasó de ahí… salvo en el caso de Pedrito, cuyo padre era algo más rico que el de Jaimito. Pedrito alzó su voz sin cortarse un pelo:

- Profesor, lo que usted propone es injusto. Nos ofrece un presupuesto…

- Una presupuesta -le interrumpió el profesor.

- Lo que sea… Hemos aportado entre todos 20 euros, y le da casi la mitad a Jaimito. Además, le da a Jaimito dos euros más de los que puso. Eso es injusto y es insolidario para los demás alumnos. ¿No dijo usted que esta justicia consistía en que los ricos aporten dinero a los que menos tienen?

El profesor se mostró contrariado y se puso más pálido todavía. Sabía que podía haber malestar, pero esperaba que su autoridad callase toda protesta. Sin embargo, la flagrante injusticia le había hecho perder el respeto de los alumnos. Pero eso no le amilanó. Ya había tenido diferencias con Pedrito porque este alumno rara vez aceptaba lo que él decía sin rechistar. Decidió que le usaría como cabeza de turco para acallar cualquier queja, así que se dirigió a Pedrito en un tono severo.

- Tu problema es que odias a Jaimito. Le has odiado siempre y eres un mal compañero con él, Pedrito. Además, siempre tienes que llevarme la contraria en todo. Eres un desobediente y un mal alumno.

Pedrito estaba perplejo ante el ataque personal y el juicio de intenciones que acababa de hacerle el profesor. Pero más perplejo le dejó ver como los amigos de Jaimito, también perjudicados en el reparto, rompían en aplausos ante las descalificaciones personales del profesor contra él. “Son unos borregos”, pensó Pedrito.

- Lo siento, Pedrito -continuó el profesor-, pero éste es un modelo solidario y justo, el más justo y solidario que hay, y si no lo admites por tu egoísmo y tu odio a Jaimito, te quedarás sin tu parte de la presupuesta.

A Pedrito le entraron ganas de mandar al profesor a freír puñetas, pero no podía. Sabía que podía pasar curso con varios suspensos, dejando pendientes las matemáticas, la lengua, las ciencias… pero pensó que si se enemistaba con ese profesor jamás aprobaría la Educación para la Ciudadanía, pues ese profesor se pondría de acuerdo con los demás maestros de esa la asignatura. Así que cuando el profesor pregunto: “¿algún voto en contra?”, Pedrito bajó la cabeza y nadie alzó la mano. La clase de democracia se había convertido en una lección de cómo la prepotencia de unos acaba triunfando a costa de la cobardía de los demás.

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