domingo, 9 de mayo de 2010

El tiro por la culata

Carlos Dávila.

Confesión de un ex ministro: “Zapatero definitivamente ya no está para nada, ya nadie le cree, pero quien piense que va a adelantar las elecciones no le conoce, antes se llevará por delante todo el tinglado”


En estos días, dos economistas de muy diferente signo, pero los dos de enorme formación y profundos saberes, coincidían, tras la aparición de Zapatero una hora después de su entrevista con Rajoy, en el mismo diagnóstico: “Ha ofrecido una pésima impresión, en vez de tranquilizar, nos ha preocupado más a todos”. Y en efecto: después de su irritada diatriba contra el que había sido su visitante, nuestro Ibex cayó un 2,3%, y el bono español se quedaba a la altura de los peores, distanciado leguas del pujante alemán. No era la primera vez que ocurría algo parecido: hace meses, después de su espantoso ridículo en Davos, en donde los organizadores sentaron a Zapatero rodeado de países de tercera, nuestro mercado también se desplomó.

En el comercio financiero mundial rige, como en casi todos los aspectos de la vida, el principio de las apariencias; de entrada, cuando un desconocido gana (caso Zapatero en 2004) los analistas dicen: “Algo tendrá este tío cuando ha vencido”. Pasan los meses y los años, y cuando este “tío” acredita mil fechorías, una frivolidad política y económica sin límites, una improvisación de púber y una chulería incompatible con su escasa arquitectura, los primeros elogios o recelos se tornan en críticas y en desdenes. Nunca, por ejemplo, un presidente español ha sido tratado tan despectivamente por la Prensa europea; el último dato, el pasado jueves, cuando Le Figaro le advertía de que España comenzaba a parecerse a Grecia. Un horror, contemplando sobre todo el aullido sangriento que ha estallado en la sociedad helena. Un horror.

Rajoy le madrugó

En las 10 entrevistas anteriores entre Zapatero y Rajoy ganó Zapatero. O por decirlo más propiamente: Zapatero consiguió engañar a Rajoy. Aún hay recuerdo suficiente de las comparecencias del presidente del PP posteriores a cada encuentro. En casi todas, quizá en todas, se adivinaba la presencia de un opositor entre pastueño y entregado, al que Zapatero había conseguido lidiar hasta la siguiente corrida. Le mintió con ocasión de la tregua y negociación con ETA y le falsificó la verdad en cada ocasión en que le prometió pactar una política común contra el paro. Confiado en esa capacidad de encanto que sus cantores le atribuyen, Zapatero invitó esta vez a Rajoy para discutir ¡el caso griego!

Cuando los españoles supimos la agenda de la visita, nos quedamos espantados; es como si un enfermo aquejado de un tumor cancerígeno acude al médico y le dice: “Doctor: ¿por qué no pacto con usted una dieta de adelgazamiento?”. Igual. Rajoy esta vez no quiso entrar al trapo; manejó sus tiempos, accedió a consensuar dos pírricos acuerdos, como denunció LA GACETA, y, con la imagen institucional del Palacio de La Moncloa al fondo, lanzó dos mensajes: “Esto es una birria, se está cayendo y sólo hay un culpable del destrozo”, y éste otro, ambicioso: “…pero aquí estoy yo para lo que gusten mandar, porque tengo ideas para levantar otra vez la casa”.

Es de suponer la cara de pasmo, de irritación incontenible, que se le puso a Zapatero cuando escuchó a su convidado y en su propia casa (los socialistas se piensan que el Estado es suyo) espetarle semejantes invectivas. Salió a responder y no pudo disimular su enojo. Algunas de las personas que hasta hace muy poco le apoyaron, bien por necesidad (empresarios y banqueros), bien por interés (sus propios colegas de partido), se llevaron las manos a la cabeza viendo y escuchando al presidente. Uno de estos economistas a los que me refería al principio, se expresaba así: “Nunca le he visto tan mal, definitivamente este hombre ya no está para nada”. Y añadía: “Ya nadie cree en él, pero, ojo, quien piense que va a adelantar las elecciones no le conoce: antes se llevará por delante todo el tinglado”.

Tras Bono, habrá otros

Así que atención a los especuladores: con ese individuo no hay nada que hacer. Es más: analizando sus últimos movimientos, lo posible es que, hoy por hoy, haya decidido presentarse otra vez. Por lo pronto, y con una maniobra idéntica a las que ha utilizado clásicamente para destrozar a cualquiera con el que él oteara peligro, Zapatero ha decretado la demolición de José Bono. El aún presidente del Congreso de los Diputados había iniciado hace un par de meses una calculada estrategia para situarse como sucesor. Nunca perdonará a nuestro periódico que sencillamente, y por cumplir con nuestro deber de informar, le hayamos frustrado sus aspiraciones, pero sí sabrá ahora que nuestras fuentes son radicalmente distintas a las que usó el pasado domingo nuestro colega radical de ultraizquierda Público para enumerar el cuantioso patrimonio de la familia Bono.

Zapatero, enterado de los meandrosos ardides de Bono para colocarse en primera fila, decidió fusilarlo; llamó a su amigo Roures y dictó: “A por éste”. Tras Bono, no lo duden, vendrán otros: los atrevidos que ensayen la jugada de hacerle la cama y pretender sustituirle. “Había dos y ya sólo queda uno”, afirmaba también esta semana un ex ministro de la primera bancada de Zapatero. Y, ¿quién es ese uno? No hay que pensar mucho: José Blanco. El mismo ex ministro nos mostraba una señal: “La prueba de que Blanco está en la carrera es que su entorno ya empieza a hablar mal de Zapatero”. Por tanto, en el lugar de este “entorno” (un lugar político siempre indefinible) este firmante se andaría con mucho cuidado.

Cuenta Pepe García Abad (autor de El Maquiavelo de León, al que en esta Casa tratamos con enorme cariño y ahora nos zurra la badana en su Siglo en señal inequívoca de agradecimiento), que la cualidad inequívoca por la que Zapatero designa a sus colaboradores es la mediocridad, al que destaca le aparta con enorme asco, algo que deben tener en cuenta los propulsores de la candidatura de Blanco. Al actual ministro de Fomento le crecen los enanos/as por doquier; sin ir más lejos, su antecesora, la inefable Maleni, se encorajina en Bruselas cada vez que le mencionan lo bien que se lleva Blanco con, por ejemplo, Esperanza Aguirre: “No te fastidia”, viene a decir: “¡Si fue él desde el partido el que no me dejó pactar nada con la presidenta de Madrid!”.

A Zapatero todos los tiros le salen últimamente por la culata pero, claro, aún es el propietario de la pistola. Previniendo, previniendo, es asombroso el mal que puede hacer este personaje en los dos años que le restan en La Moncloa o aún más, si es que la estulticia general le aúpa y gana las próximas elecciones. Personalmente, sospecho que le trae por una higa el hecho de que los españoles, merced a su torpeza, tengamos en lo que queda de este año miserable que refinanciar nada menos que 72.000 millones de deuda, o que nuestro Tesoro, para colocar más deuda todavía, deba abonar ahora un 14% más que hace unos días. Su calendario de optimista antropológico (adjetivar así a este hombre es un sarcasmo rayano en el delito) no contempla estas bagatelas.

Para él cuentan sus ocurrencias y ya verán como las próximas se dedican a chinchar lo más posible a la derecha cavernaria, que es un término que le han prestado algunos de sus numerosos corifeos que pululan por todas sus televisiones. La Ley de Libertad Religiosa va a ser en este sentido un episodio sin precedentes para demostrar de qué es capaz este hombre cuando trata de aglutinar a toda la radicalidad ultraizquierdista del país, desde el seboso andarín Almodóvar al tristísimo Saramago. Aquí se trata de dar un manotazo al crucifijo y ayudar a que todas nuestras mujeres lleven velo. Eso es lo progresista para ese insensato. Hay que desear, sin embargo, que este último tiro le salga por la culata. Nada más que por la culata, ¿eh?

Vía La Gaceta

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