Sin duda, uno de los documentos más terribles que he leído a lo largo de mi vida es una carta que Wenceslao Carrillo escribió a su hijo Santiago en 1939. Wenceslao era un socialista histórico que, como tantos otros, a finales del conflicto se había percatado de que la victoria del Frente popular sería el triunfo de Stalin y deseaba acabar con el derramamiento de sangre cuanto antes. Fue por ello por lo que se sumó al golpe de estado del coronel Casado que derribó a Negrín, el socialista que había enviado el oro español a la URSS y había pactado con los agentes de Stalin convertir a España en una dictadura títere de Moscú. La reacción de Santiago Carrillo ante el comportamiento de su padre fue verdaderamente desalmada hasta el punto de afirmar que si hubiera estado en su mano habría dado muerte al que le había dado el ser. La respuesta de Wenceslao fue una misiva conmovedora en la que se resistía a aceptar la catadura moral de su hijo e insistía en que era bueno, pero Stalin lo había enredado. Quizá. Pero otros -que no tenemos lazos de sangre con Carrillo- no estamos sujetos a obligación alguna de observar con esa ciega benevolencia determinados comportamientos. Porque las pruebas de su papel directo en las matanzas de Madrid son innegables. Permítaseme citar dos. La primera corresponde a Gueorgui Dimitrov, factotum de la Internacional Comunista, que el 30 de julio de 1937, informaba de la manera en que proseguía el proyecto de toma del poder del PCE en el Gobierno del Frente Popula indicando: «Cuando los fascistas se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los funcionarios fascistas detenidos». La segunda es de otro compañero de Carrillo, otro agente de Stalin llamado Stoyán Mínev Stepanov, delegado en España de la Komitern de 1937 a 1939 que redactaba en abril de 1939 un informe sobre las causas de la derrota en España y, al hablar de la resistencia que había plantado algunos socialistas al avance del PCE decía: «Provocan la persecución contra muchos comunistas incluido Carrillo por la represión arbitraria de los fascistas en otoño de 1936». No otra cosa indicaría Galíndez al hablar de cómo millares de fusilamientos se debieron no a incontrolados sino a la consejería de orden público -la de Carrillo- o el propio Carlos Semprum Maura que me contó cómo, décadas después, Carrillo contaba en corrillos que él había sido el responsable de las matanzas de Paracuellos, justificándolas como un avatar de la guerra. Gracias a la ley de amnistía de 1977, pero, sobre todo, al deseo de reconciliación de todos los españoles, Carrillo no se sentó ante un tribunal para responder de crímenes contra la Humanidad. Sin embargo, si Garzón continua con su esperpento, es posible que un día en primera plana encontremos la noticia de cómo Carrillo -el que fue nombrado doctor honoris causa por Gabilondo y cenó con ZP- es convocado ante un tribunal internacional para responder por los cinco mil fusilados de Paracuellos. De ser así -y bien sabe Dios que no lo deseo- sospecho que del proceso no podrá librarlo ni el comparecer en los programas más escandalosos de la telebasura, porque si hay algo de lo que no me cabe duda es de que Carrillo es culpable.
Por César Vidal
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