(ABC) ENTRE sus numerosas aportaciones a la política creativa, Zapatero puede lograr convertirse en el primer presidente que se plantea a sí mismo una moción no de confianza sino de censura. Porque eso es lo que va a acabar resultando el debate de los Presupuestos de 2009 con su aparejada subida de impuestos «a los ricos» y demás gentes de mal vivir sospechosas de ganar más de 50.000 euros al año gracias a su preparación académica, su competencia profesional o su espíritu emprendedor. Los culpables de la crisis, vaya, a los que el Gobierno ha decidido exprimir un poco más para pagar una política de despilfarro que en cualquier empresa costaría el puesto a los directivos que se atreviesen a sostenerla en plena recesión. Pues bien: esa subida fiscal, tantas veces negada y desmentida por un gobernante sin palabra, va a ser el desfiladero político que el zapaterismo va a tener que atravesar para asomarse a su ansiada presidencia semestral de la Unión Europea.
Para cruzarlo, que lo cruzará, tendrá que reunir una coalición antiburguesa. Una alianza de radicales nacionalistas y de izquierda que le enfrentará decisivamente a las clases medias sobre las que quiere descargar el coste de la crisis que no supo prever ni sabe gestionar. Es improbable que el PNV y CiU, partidos de clara tradición mesocrática y mercantil, estén dispuestos a apoyar una vuelta de tuerca dirigida contra sus bases sociológicas, y más después de haber sido desalojados de los poderes territoriales que dan sentido a su existencia. Zapatero tendrá que echarse en brazos de Izquierda Unida, de ERC, de Navarra Bye y del Bloque gallego: lo mejorcito de cada casa. Y con el respaldo callejero de los sindicatos se retratará como el líder de un socialismo populista y venezolano, desconectado de la socialdemocracia moderada y alejado de los sectores más dinámicos de la sociedad española.
Con el Gobierno lanzado por la pendiente de la demagogia, el Partido Popular va a verse obligado a pasar de simple oposición a alternativa de poder. El acoso a la clase media y su contumaz señalamiento como pagana de los errores gubernamentales otorga al centro-derecha una oportunidad esencial para comenzar a tejer una mayoría social de cambio. El principal inconveniente que va a encontrar es la renuencia de unos nacionalistas resentidos por la negativa del PP a aceptar la diáspora autonómica propiciada por Zapatero -siempre el problema territorial enquistado incluso en el socioeconómico-, pero tampoco nunca en los últimos cinco años han estado tan distanciados del PSOE. Por eso la moción encubierta de los Presupuestos va a medir y contrastar el liderazgo alternativo de Rajoy. Y eso no pasa sólo por denunciar los incumplimientos presidenciales, ni la catastrófica deriva de una política inane: tiene que demostrar que hay otra política posible y mejor, y que él la sabe, la tiene... y puede mostrarla.
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