(ABC)YA hemos vuelto a tener a las dos Españas frente a frente, en Areyns de Munt. Una, con su independentismo, otra, con sus yugos y flechas. Menos mal que había guardias por medio porque, en otro caso, el referéndum hubiera acabado como el rosario de la aurora. Dos reflexiones al respecto: la primera, ¿pueden considerarse españoles los independentistas? Ellos, desde luego, rechazan serlo, aunque actúan como tales. La segunda, que si insisten, van a conseguir resucitar la Falange. Podría añadirse una tercera: ¿qué pasará el día que, en una Cataluña independiente, Girona, o Lleida, decidan celebrar su propio referéndum independentista? Porque el nacionalismo es como la desintegración del átomo, tiende a hacerse cada vez más pequeño, más local, ya que a nadie se aborrece más que al vecino -pregúntenlo en los pueblos- y al final, se reduce a unidades aisladas. Lo vivimos en la Primera República, con Gandía declarando la guerra a Jaén, Jumilla amenazando a «todas las naciones vecinas» y Camuñas declarándose independiente de Toledo y de Ciudad Real. Pero lo de Areyns ocurre bajo la Monarquía, con una Constitución que proclama la «indisoluble unidad de la Nación española». Claro que el nuevo estatuto catalán no lo acepta y los políticos catalanes, incluidos los socialistas, rechazan que el Tribunal Constitucional pueda impedirlo. ¡Qué, los socialistas catalanes! El propio Vicepresidente tercero del Gobierno español, Manuel Chaves, lo ponía en duda ayer al declarar «hay países en que una ley como el Estatuto no puede ser recurrid». Habrá países, pero en el nuestro se puede y se debe, cabría decirle. Pero su gobierno, que es el nuestro, no lo ha hecho. Ante ello, ¿tiene algo de extraño lo ocurrido en Areyns de Munt?. «¿Véis cómo se ha celebrado el referéndum, y España no se ha roto?», nos dirán hoy. No se ha roto porque ya está rota, al menos moralmente. O porque a los nacionalistas catalanes, vascos o de cualquier otro sitio, no les interesa que se rompa del todo. Quieren seguir sacando de ella lo más que puedan, al tiempo que continuar gozando de una autonomía equiparable a la independencia. Su lema es: «Lo mío es sólo mío, y lo tuyo, de los dos». Es el juego con cartas marcadas que vienen practicando desde hace más de un siglo, que les ha ido tan bien. Alguien que les conocía a fondo, Ramiro de Maeztu, dejó escrito: «Los nacionalistas periféricos consideran la Meseta como un mercado para sus productos». O sea que piensan y actúan como los gibraltareños: viven de España, pero no quieren ser españoles. Por eso se ponen a su lado en el pleito histórico.
¿Cuándo va a reaccionar la Meseta? es lo primero que se le ocurre a uno. La respuesta es otra pregunta: ¿cómo va a reaccionar, con un Presidente de gobierno que prometió a esos ventajistas antiespañoles darles lo que le pidieran?
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