Después de cerrar su mitin del 6 de diciembre gritando «muera el Borbón», el diputado de ERC en el Congreso Joan Tardà se enredó ayer en una maraña de explicaciones tan confusas como peregrinas que en ningún caso incluyeron una rectificación o la petición de perdón.Empezó con una absurda negación de lo que todo el mundo oyó ayer en la radio o puede escuchar en elmundo.es -«Me parece poco riguroso que se diga que yo afirmé eso»-, siguió con el recurrente victimismo que tan querido es para los de Esquerra -«Se haga lo que se haga, seremos objetivo de la gente interesada que sólo quiere hacer daño»-, y terminó aferrándose al carácter «metafórico» de sus palabras, citando como ejemplo que en 1931 también se gritaba «Viva Macià, muera Cambò» por las calles sin que nadie deseara la muerte «de persona tan ilustre». ¿Se puede ser tan ignorante como para sugerir que fue inofensiva la escalada de violencia verbal en la que degeneró el debate político de la España de los años 30?
Al margen de que la Fiscalía debe actuar e investigar si hay delito en su llamamiento a la muerte del Rey -tanto el significado de sus palabras como el lugar y forma en el que fueron proferidas podrían ser constitutivas de un delito de provocación (art. 488 del Código Penal)- lo mínimo que debería recibir Tardà de inmediato es una repulsa unánime por parte de todos los partidos políticos democráticos. Al cierre de esta edición, tan sólo PP y Ciutadans habían reprobado sus palabras, mientras el Partido Socialista y el Gobierno guardaban un ominoso silencio sobre el asunto.
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