Se les conoce como «Los tres grandes de Detroit» y son las empresas automovilísticas más poderosas de Estados Unidos: General Motors, Ford y Chrysler. Sus nombres son conocidos en el mundo entero, pero ahora están recorriendo las instituciones más altas de su país para pedir auxilio. Washington teme que al acabar 2008 las estadísticas del paro revelen que dos millones de norteamericanos perdieron su empleo este año y si los tres gigantes de la industria de la automoción hicieran «crack», las cifras del desempleo serían aún mucho más preocupantes.
Por eso representantes de las tres grandes fábricas de coches han visitado el Senado para pedir una inyección económica de miles de millones de dólares en créditos que permitan sostener la actividad y evitar una «hemorragia» de empleos.
La situación no es fácil, porque los días van pasando y el famoso plan de rescate económico que anunció Bush a bombo y platillo hace dos meses se encuentra atascado en los pasillos del Senado, donde republicanos y demócratas discuten sin avances cómo sacar adelante el proyecto. Al mismo tiempo se alzan voces autorizadas urgiendo a los políticos a actuar con premura, porque millones de americanos se apuntan a los sistemas de reparto de alimento, se colapsan los servicios asistenciales y el paro no deja de crecer: más de medio millón de empleos se perdieron en noviembre, la peor cifra desde 1974.
Ante el evidente fracaso del sistema bancario, parece lógico exigir rapidez y eficacia al menos a las instituciones públicas, porque si éstas y otras grandes empresas entraran en bancarrota, el panorama del gigante económico mundial se convertirá en un desastre que podría arrastrar al resto del mundo.
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