Román Piña Homs
LA NOTICIA es triste -al menos a mí no me hace gracia alguna- pero los hechos se imponen. Tras un calvario de meses y meses, con escándalo tras escándalo, la formación política conocida bajo las siglas de UM ha decidido reconvertirse en una nueva formación. Pierde su nombre corrupto, o sea la capa bajo la que se cubrían sus miserias, y decide adoptar otro nuevo, pero manteniendo a sus dirigentes, afiliados, ideario y estrategias.
Algunos, los que comprendemos que este pequeño país disponía de espacio político para una formación regionalista de centro, habríamos deseado que el festín de UM se hubiese renovado con algo más que un mero cambio de mantel, o sea con nuevos comensales y sobre todo un cambio de menú, al menos más sano y variado. De este modo se habría dado más credibilidad a la operación, que desgraciadamente se realiza en vísperas electorales y para salvar los muebles de la casa, en especial la mesa del comedor.
Nos merecíamos otra cosa. Ya sabemos que Mallorca, viejo país cansado de políticos, con una tradición multisecular de cainismo y banderías, siempre ha carecido de sentimiento nacionalista. Y es que como de verdad busque sus señas de identidad, y además las encuentre, será cuestión de salir corriendo. De ahí el fenómeno de no pocos mallorquines buscando ser más catalanes que nadie, o más españoles, que también los hay, mientras que la inmensa mayoría sólo desea que no le quiten su dinero, que no le tomen el pelo con sacrosantas palabras y, sobre todo, que le dejen vivir en libertad.
Sin embargo queda espacio para los soñadores y altruistas. Están en todas las formaciones. Una de ellas -Unió Mallorquina- podría haber dispuesto de buena parte de estas gentes. Y esto debió pensar en su momento Jeroni Albertí al fundarla, buscando salvar su enorme caudal de credibilidad política, su moderación y centrismo y, desde luego, la desconcertada militancia de una UCD en descomposición. Es curioso, pero el hecho es que UM nació de un partido que se hundía, para hoy fallecer víctima de sí misma, para provocar una nueva transposición desde sus cenizas. ¿Por qué? ¿Era éste su sino? Pienso que no. Todo pudo ser distinto. Albertí disponía de mimbres para ello. El hecho es que se hartó y dejó el poder en manos de los más ambiciosos de turno. Sólo él podría hoy decirnos si lo preveía. Yo desde luego únicamente me atrevo a recordar un par de detalles: que Albertí, como presidente honorario, mantuvo un expresivo silencio a partir de entonces; que los nuevos mandarines buscaron la consolidación, un partido bien controlado, sin visitantes molestos -a Josep Melià le costó lo suyo que le abriesen la puerta-; y por último, que durante años sólo hemos visto su permanente vocación por mantenerse como partido bisagra, a modo de veleta, siempre orientada en función del viento dominante. Buena fórmula para no ser arrastrado por el vendaval, pero fatal artilugio para conformar el bastión desde el que resistir con entereza.
El tiempo nos dirá lo que sucederá a partir de ahora. ¿Existe espacio para un partido de centro y regionalista? El centrismo está desapareciendo del mapa político a la vista de un país a la deriva que se dramatiza, y el regionalismo ha sido dinamitado por los nacionalismos rampantes. Un nuevo Centre Regionalista de Mallorca valdría para la sociedad de hace un siglo, pero hoy ya no estamos bajo un Estado unitario contra el que luchar. La Constitución a través del Estado de las Autonomías nos ha hecho regionalistas a todos.
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